Preparamos nuestra oración con
los puntos del militante. A veces nuestra oración va fenomenal y casi no
necesitamos de ellos, pero otras como nos dice la primera lectura, nuestra vida
necesita del Señor urgentemente, necesitamos de Él como la tierra reseca del
agua.
La oración, como ahora el tiempo
del adviento tiene que ser el momento de la escucha. De ahí que intentemos
estar muy atentos. El Señor está ahí presente y te dice con la primera lectura:
YO, el Señor, tu Dios, te tomo por la diestra y te digo: «No temas, yo mismo te
auxilio». No temas, gusanillo de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio
-oráculo del Señor-, tu libertador es el Santo de Israel.
Con palabras cariñosas, con
piropos se acerca a nosotros para que no desconfiemos. Él es nuestro auxilio
continuo.
Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la encuentran; su lengua está
reseca por la sed.
Yo, el Señor, les responderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré.
Haré brotar ríos en cumbres desoladas, en medio de los valles, manantiales;
transformaré el desierto en marisma y el yermo en fuentes de agua.
Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos, y olivares; plantaré en la
estepa cipreses,
junto con olmos y alerces, para que vean y sepan, reflexionen y aprendan de una
vez,
que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado.
Que más nos puede decir el Señor.
Nos queda responder, no quedarnos
adormecidos. La vida del cristiano, llamado a vivir el Reino aquí y ahora, no
es compatible con el aburguesamiento, la comodidad y la tibieza. Por eso nos
dice Jesús en el evangelio que los esforzados, los que se hacen violencia, lo
conquistan.
Nuestra lucha se concretará
muchas veces en las cosas de cada día, en lo pequeño, que no por ello carente
de valor: en el combate contra las pasiones, debilidades y pecados; en el modo
de vivir la caridad con nuestro prójimo, corrigiendo las formas destempladas
del carácter y mostrándonos cordiales, sonriendo al que lo necesita …
La figura de Juan el Bautista,
clásica del Adviento, nos recuerda a la vez la Antigua y la Nueva Alianza. En
él se cierra el Antiguo Testamento y se abre el Nuevo, se inaugura la era
mesiánica, la nueva economía de la salvación: el Reino de los Cielos, que
estaba cerca, ya está aquí. De ahí la premura a evangelizar, a transformar el
mundo, a llevar el Reino.
Mira, te convierto en trillo nuevo,
aguzado, de doble filo:
trillarás los montes hasta molerlos;
reducirás a paja las colinas;
los aventarás y el viento se los llevará,
el vendaval los dispersará.
Pero tú te alegrarás en el Señor,
te gloriarás en el Santo de Israel.