El día de la Inmaculada, es día
de compromisos. Hoy es el día de después, el primer día de la vida normal. Hoy
empieza todo.
Puedo empezar mi oración con un
coloquio con la Virgen Inmaculada: “Te renuevo hoy mi compromiso de que quiero
serte fiel. Ayúdame”. Y repaso mi compromiso.
Como día de acción de gracias,
puedo seguir luego con el salmo, silabeado lentamente: “Bendice alma mía al
Señor”. ¡Cuántas gracias recibidas ayer… y hoy… y seguro que mañana! Dios es el
más generoso de todos en sus beneficios para con nosotros. No se cansa. No
tiene límite en su misericordia, en su perdón, en su clemencia... Y yo, soy un
pequeño receptor de tantas gracias. Acción de gracias para abrir más mi
corazón, para ser más capaz de recibir más gracias. Cuanto más agradecido, más
capacitado para ser más agraciado.
Y, si me queda tiempo, puede
seguir luego con una oración más meditativa: ¿Por qué en tiempo de adviento nos
pone la Iglesia un texto del evangelio referido al corazón de Jesús? Pues
porque lo que espero en adviento es a un niño-Dios que va a ser reposo para
nuestras almas, consuelo para nuestras penas, hueco para nuestro descanso,
fuerza para nuestros cansancios, ternura para nuestras durezas, mansedumbre
para nuestros ataques de nervios… por tantas cosas tan insignificantes…
Y, para acabar, contemplar: Esperamos a un niño-Dios pequeñín, traído por la Virgen, Madre Inmaculada. Y quedarse ahí un rato admirados.