San Agustín (353-430) obispo de Hipona (África del Norte) doctor de la
Iglesia, nos ayuda con estas líneas de su escrito: Sermón para la
fiesta del nacimiento de San Juan Bautista
“¿Qué va a ser
este niño?”
¡Oh maravilla, el
nacimiento del mensajero precede a Aquel sin el cual no habría nacido nunca! El
es la voz y Jesús el Verbo... La palabra nace primero en el espíritu, luego
suscita la voz que la pronuncia; la voz se expresa por los labios y da a
conocer la palabra a los oyentes. Así Cristo ha permanecido en el Padre, por
quien Juan, su mensajero, fue creado como toda criatura. Pero Juan sale del
vientre de su madre y por él Cristo fue anunciado a todo el mundo. Éste era el
Verbo, desde el principio, antes que existiera el mundo; aquel fue la voz que
precede al Verbo. El Verbo nace del pensamiento, la voz sale del silencio.
Cuando da a luz a
Cristo, María cree, mientras que antes de engendrar Juan, Zacarías se queda
mudo. Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una jovencita virgen. El
Verbo prolifera en el corazón de quien lo piensa; la voz expira en el oído de
quien la escucha. Puede que éste sea el sentido de la palabra de Juan: “El debe
ser cada vez más importante; yo, en cambio, menos.” (Jn 3,30) Porque los
oráculos proféticos, pronunciados ante de Cristo como una voz antes del verbo,
se siguen hasta que llega Juan en quien cesan las figuras precedentes. Luego,
la gracia del evangelio y el anuncio manifiesto del reino de los cielos no
conocerá fin y fructificará y crecerá en el mundo entero. Ciertamente, de Juan
dice la misma Verdad: “Entre los nacidos de mujer no hay otro más grande que
Juan Bautista.”
Zacarías estaba
mudo. El ángel lo había dejado sin poder contar ni una palabra a Isabel de lo
que le ha ocurrido. Nueve meses largos de espera en silencio es tiempo
suficiente para recobrar la paz y la serenidad. Zacarías había aceptado con
dolor este sufrimiento y había aprendido a ser humilde. Por eso su lengua se
“desata” en el momento oportuno. Ni él ni nadie lo esperaba. Sucede de
improviso, como de improviso llegó aquel día el ángel, pero esta vez el anciano
sacerdote supo cómo responder. La gratitud y la alabanza a Dios son sus
primeras palabras en un canto de júbilo emocionado.
Isabel concibió a
Juan en su seno, mientras Zacarías, en silencio, recobró la fe y confianza en
Dios. En ambos se da el milagro. La vida espiritual se construye a
base de pequeños o grandes milagros que se dan en esa esfera íntima del alma,
que sólo Dios y cada uno conoce. Pero no por ello dejan de ser milagros. Dios
toca con su mano nuestras almas más a menudo que nuestros cuerpos...
“la mano del Señor estaba con él...” sí, y también con nosotros. Porque Dios
quiere engendrar en cada uno de nosotros a un hombre nuevo. Mediante la
humildad, el crecimiento de nuestra fe, y de nuestra confianza. Por medio de la
donación y la entrega generosa. Porque sin amor no podemos hacer nada
meritorio. El hombre nuevo que coopera a la acción de Dios es
consciente de su pequeñez, pero aún más de que esa “mano” divina le sostiene.
El nacimiento del
Precursor nos habla de la proximidad de la Navidad. ¡El Señor está cerca!;
¡preparémonos! «Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi
voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap
3,20). Veamos cómo nos estamos preparando para recibir a Jesús en esta
Navidad: Dios quiere nacer principalmente en nuestros corazones.
Así nuestra vida quedará llena de su amor, del verdadero Amor.