Al entrar en nuestra oración hoy somos invitados a
reconocer que ya está llegando el sol que nace de lo alto, el resplandor de la
luz eterna, el sol de justicia, y le decimos con toda la Iglesia: ven ahora a
iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
Iluminados hemos de acoger la invitación del
profeta: Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate
de todo corazón, Jerusalén. Y he de tomarlo como una invitación personal,
dirigida a mí con todo amor. He de dar gracias al Señor con todo el corazón. He
de decir con Isabel: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu
vientre!
Sofonías describe ese amor y esa alegría que tocan
incluso al corazón de Dios: él también se alegra de su propio triunfo en el
hombre, y eso a pesar de las calamidades y rechazos. La justicia de Dios se
identifica con su misericordia y el resultado es la alegría Estamos en los
umbrales del misterio, en lo nuclear de la realidad. ¡Cómo no alegrarnos y
gozar con el Señor!
Hoy también somos el “resto de Israel”. La
comunidad formada por gente humilde y sencilla y que, por tanto, confía en el
«nombre del Señor». ¿Se está renovando mi fe en estos días últimos del
Adviento?
Dios está en medio de su pueblo, de mi vida; su
amor y fidelidad de Dios van juntos, como dos caras de una misma moneda. Por
eso cuento con la fuerza de Dios y por eso, en toda circunstancia, "no
desfallecen mis manos". Como no desfallece María, la llena de gracia, la
llena de Dios. ¡Madre, que no desfallezca yo en medio de las adversidades!
Tú me recuerdas que lo tuyo es hacer visitas. María
viene a visitarnos con el Niño en sus entrañas. Es la fiesta de la total
donación de sí, propia de María desde que supo que era la madre de Jesús.
Ahora comienza esta serie innumerable de "visitas" que no terminará
mientras haya un hombre en la tierra. ¡Vienes hoy a visitarme! Llevando a Jesús
escondido en ella, para ayudarnos. Nos visita frecuentemente, todos los días.
Este es el sentido más profundo, más auténtico de este misterio: el hecho de
las visitas innumerables, sencillísimas, personalísimas, todas por nosotros,
que María multiplica en nuestra vida en todo momento, en cualquier dificultad.
María es portadora de la salvación, María es fuente de alegría. Nos lleva a celebrar la obra de Dios y nos lleva a preguntarnos si nosotros somos también portadores de la alegría de la salvación. Para serlo, tenemos que decir sí al plan de Dios, al plan del Evangelio. Y dejar que el Espíritu nos fecunde. Que en estos días y en esta Navidad Ella nos ayude a llevar alegría, a llevar al Salvador.