Seguimos en la octava de
Navidad; ¡qué fácil es hacer un rato de oración cerca del Niño de Belén.
Madruguemos un poco y busquemos un lugar tranquilo. Abramos el evangelio y
saboreemos, antes de que la actividad del día nos invada, las lecturas de este
domingo de la Sagrada Familia, en el que el nombre de la fiesta no termina ahí,
sino que añade: Jesús, María y José. Como en el villancico.
Hoy nos va a resultar muy
fácil ponernos en la presencia de Dios y repetir de nuevo la oración de san
Ignacio: que todos mis pensamientos y mis acciones estén rectamente ordenados
al servicio y alabanza de su divina majestad, hecha un niño pobre e indefenso,
perseguido desde la cuna, pero a la vez anunciado por los ángeles, adorado por
los pastores y contemplado por María y José, que siguen asombrados ante el
Misterio, día tras día.
Contemplemos despacio ese
Misterio de la Sagrada Familia; dejémonos envolver por el ambiente de asombro
que rodea a María y a José, que hoy, según leemos en el evangelio de la misa,
se traslada al templo de Jerusalén.
Allí los padres de Jesús van
de sorpresa en sorpresa. Llevan al niño al templo con la intención de cumplir
con la Ley, y se encuentran, primero con Simeón y luego con Ana.
El mensaje de Simeón nos lo
sabemos casi de memoria:
«Ahora, Señor, según tu
promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu
Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a
las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
¿Somos capaces de atravesar
la parafernalia que rodea estos días y ver en ese Niño, como Simeón, al
Salvador, a la luz que alumbra nuestro camino? ¡Cuántas veces buscamos la
salvación, la solución a “lo nuestro”, fuera de Jesús, en tal o cual cosa, en
otras luces que nos distraen o nos deslumbran, que no son la que de verdad
puede iluminar nuestro camino, porque da esperanza y consuelo a nuestro
corazón!
Antes de centrarnos en el
mensaje que quiere el Señor dejarnos como familia en este día, recordemos las
palabras de Simeón a María:
«Mira, éste está puesto para
que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así
quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará
el alma.»
Palabras que nos hablan de
sufrimiento y de cruz. Ya se encarga la liturgia de la Iglesia en estos días de
recordarnos que el camino que se inicia en Belén ha de pasar por el sufrimiento
y la muerte para llegar a la Vida. Las fiestas de san Esteban (ayer) y de los
santos Inocentes (mañana) concretan esa enseñanza.
Pero, ¿qué cruz es esa por
la que hemos de pasar inexorablemente? Muchas veces pensamos que ha de venir de
fuera. Estamos en tiempos de persecución silenciosa de la fe. Pero yo creo
-podemos hoy darle vueltas a eso- que la vida de familia lleva implícita una
cruz que hay que abrazar con alegría, para convertirla en gozo.
Las palabras de san Pablo a
los colosenses están llenas de exigencia: exigencia de misericordia y de
bondad, de humildad, dulzura y comprensión. Esa es una cruz que de verdad lleva
a la luz, a la verdadera alegría. Y una cruz que no llevamos solos, porque el
Señor la lleva con nosotros, porque contamos con la ayuda y la intercesión de
María y de José, expertos en esas lides.
“Sobrellevaos mutuamente y
perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro”. “El Señor os ha perdonado:
haced vosotros lo mismo”. “Y por encima de todo esto, el amor”.
Hoy es un día para
alegrarnos en familia, porque la familia de Belén, la familia de Nazaret, nos da
ejemplo y nos ayuda en nuestro camino.
Y ese camino ya sabemos por
dónde pasa. Nos lo recuerda la primera lectura, del Eclesiástico:
El que honra a su padre
expía sus pecados, se alegrará de sus hijos, cuando rece será escuchado, tendrá
larga vida, su limosna no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus
pecados.
El que respeta a su madre
acumula tesoros, el Señor lo escucha.
Todos tenemos, no solo en el
cielo, padre y madre, aquí en la tierra: los de casa, los que guían nuestra
vida, los que nos alientan y aconsejan, los que nos quieren, nos corrigen y nos
alientan. Pidamos hoy por ellos a la Sagrada Familia, y tengamos también un
especial recuerdo y una oración por los que estaban cerca y este año han
partido ya a la casa del Padre. Tengamos la seguridad que allí volveremos de
nuevo a estar en familia.
Mientras tanto, aquí abajo, finalicemos nuestra oración pidiendo a Jesús, a María y a José que nos ayuden a crecer y robustecernos, a llenarnos de sabiduría, a dejarnos acompañar por la gracia de Dios, a abandonarnos en sus manos.