27 diciembre 2020, domingo Octava de Navidad. La Sagrada Familia: Jesús, María y José. Puntos de oración

Seguimos en la octava de Navidad; ¡qué fácil es hacer un rato de oración cerca del Niño de Belén. Madruguemos un poco y busquemos un lugar tranquilo. Abramos el evangelio y saboreemos, antes de que la actividad del día nos invada, las lecturas de este domingo de la Sagrada Familia, en el que el nombre de la fiesta no termina ahí, sino que añade: Jesús, María y José. Como en el villancico.

Hoy nos va a resultar muy fácil ponernos en la presencia de Dios y repetir de nuevo la oración de san Ignacio: que todos mis pensamientos y mis acciones estén rectamente ordenados al servicio y alabanza de su divina majestad, hecha un niño pobre e indefenso, perseguido desde la cuna, pero a la vez anunciado por los ángeles, adorado por los pastores y contemplado por María y José, que siguen asombrados ante el Misterio, día tras día.

Contemplemos despacio ese Misterio de la Sagrada Familia; dejémonos envolver por el ambiente de asombro que rodea a María y a José, que hoy, según leemos en el evangelio de la misa, se traslada al templo de Jerusalén.

Allí los padres de Jesús van de sorpresa en sorpresa. Llevan al niño al templo con la intención de cumplir con la Ley, y se encuentran, primero con Simeón y luego con Ana.

El mensaje de Simeón nos lo sabemos casi de memoria:

«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»

¿Somos capaces de atravesar la parafernalia que rodea estos días y ver en ese Niño, como Simeón, al Salvador, a la luz que alumbra nuestro camino? ¡Cuántas veces buscamos la salvación, la solución a “lo nuestro”, fuera de Jesús, en tal o cual cosa, en otras luces que nos distraen o nos deslumbran, que no son la que de verdad puede iluminar nuestro camino, porque da esperanza y consuelo a nuestro corazón!

Antes de centrarnos en el mensaje que quiere el Señor dejarnos como familia en este día, recordemos las palabras de Simeón a María:

«Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»

Palabras que nos hablan de sufrimiento y de cruz. Ya se encarga la liturgia de la Iglesia en estos días de recordarnos que el camino que se inicia en Belén ha de pasar por el sufrimiento y la muerte para llegar a la Vida. Las fiestas de san Esteban (ayer) y de los santos Inocentes (mañana) concretan esa enseñanza.

Pero, ¿qué cruz es esa por la que hemos de pasar inexorablemente? Muchas veces pensamos que ha de venir de fuera. Estamos en tiempos de persecución silenciosa de la fe. Pero yo creo -podemos hoy darle vueltas a eso- que la vida de familia lleva implícita una cruz que hay que abrazar con alegría, para convertirla en gozo.

Las palabras de san Pablo a los colosenses están llenas de exigencia: exigencia de misericordia y de bondad, de humildad, dulzura y comprensión. Esa es una cruz que de verdad lleva a la luz, a la verdadera alegría. Y una cruz que no llevamos solos, porque el Señor la lleva con nosotros, porque contamos con la ayuda y la intercesión de María y de José, expertos en esas lides.

“Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro”. “El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo”. “Y por encima de todo esto, el amor”.

Hoy es un día para alegrarnos en familia, porque la familia de Belén, la familia de Nazaret, nos da ejemplo y nos ayuda en nuestro camino.

Y ese camino ya sabemos por dónde pasa. Nos lo recuerda la primera lectura, del Eclesiástico:

El que honra a su padre expía sus pecados, se alegrará de sus hijos, cuando rece será escuchado, tendrá larga vida, su limosna no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.

El que respeta a su madre acumula tesoros, el Señor lo escucha.

Todos tenemos, no solo en el cielo, padre y madre, aquí en la tierra: los de casa, los que guían nuestra vida, los que nos alientan y aconsejan, los que nos quieren, nos corrigen y nos alientan. Pidamos hoy por ellos a la Sagrada Familia, y tengamos también un especial recuerdo y una oración por los que estaban cerca y este año han partido ya a la casa del Padre. Tengamos la seguridad que allí volveremos de nuevo a estar en familia.

Mientras tanto, aquí abajo, finalicemos nuestra oración pidiendo a Jesús, a María y a José que nos ayuden a crecer y robustecernos, a llenarnos de sabiduría, a dejarnos acompañar por la gracia de Dios, a abandonarnos en sus manos.

Archivo del blog