Ahora que ha hecho un año que nos dejó definitivamente
Abelardo, al empezar a preparar estos puntos, me he acordado de que él nos
repetía muchas veces: En la oración pensar está bien, hablar con Dios es mejor,
pero amar es el todo. Luego nos explicaba que amar es sencillo y nos citaba
aquella frase de Santa Teresa: Orar es estar muchas veces a solas, con quien
sabemos que nos ama, o nos contaba aquella anécdota del Padre Llorente, que
narraba un señor leyendo bajo un árbol y su perro durmiendo a su lado, el amo
cambiaba de árbol y el perrito cuando abría el ojo y se daba cuenta, se
cambiaba a donde estaba el dueño. No hablaban, no se decían nada, pero cada uno
estaba feliz con la presencia del otro. Tengamos presente esto, en nuestro rato
de oración, sintamos que a Dios le tenemos a nuestro lado. No perdamos
esa perspectiva, al iniciar este rato de oración.
La primera lectura de Isaías nos comenta cómo los profetas
iban indicando al pueblo de Israel, el camino por el que debían andar. Si el
pueblo seguía las indicaciones del profeta, le va a ir bien, será un pueblo
próspero que recibirá grano abundante y suculento.
Dichosos los que esperan en el Señor, nos recuerda el salmo
146 que leeremos hoy. Es la misma idea, en el fondo, que la primera lectura: El
que sigue el camino del Señor le va a ir bien.
Ahora, ¿cómo estamos seguros de seguir el camino del Señor?
Cuando abandonamos la senda del pecado, se produce en nosotros una consolación
interior, que nos indica, como señal clara y luminosa que eso es lo que quiere
Dios de nosotros, en ese momento.
Cuando llevamos un tiempo, por el camino del Señor, aparecen
reclamos sugerentes, que, bajo capa de bien, pueden apartarnos del camino del
Señor. En ese momento precisamos discernir, nuestras afecciones pueden
oscurecer el pensamiento recto, necesitamos que desde fuera nos ayuden a tomar
la decisión adecuada. Porque puede engañarse uno, como los herejes antiguos y
modernos que, desamparados de las manos de Dios, en pena de su soberbia, siguen
la luz falsa, creyendo que es verdadera (Juan de Ávila – Audi filia).
Estemos en una primera situación o en la segunda,
necesitamos recibir el don de consejo, de otros hombres, otros como nosotros,
que nos entienden al ser uno de los nuestros. Necesitamos esos profetas,
trabajadores del reino, que nos ayudan a encontrar el camino del Señor, para
cada uno de nosotros, que nos ayuden a adaptar la Palabra del Señor a nuestra
situación concreta.
He aquí uno de los motivos para rogad, pues, al Señor de la
mies que mande trabajadores a su mies (Mt 9,38). Mateo enumerará las cuatro
actividades principales que acompañan la predicación del Reino de los Cielos:
Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios.
Finalmente, Ignacio, en ejercicios, concretamente en el (Ej.
281): De cómo los apóstoles fueron enviados a predicar, pide para ellos:
Enséñalos de prudencia y paciencia. Van a ser enviados como ovejas en medio de
lobos; por lo tanto, han de ser prudentes como las serpientes y pacientes como
palomas. En época de Ignacio se atribuía esta virtud a las palomas.
No es menos importante, el tercer punto que señala Ignacio
sobre el modo de ir, seleccionando del Evangelio el párrafo: No queráis poseer
oro ni plata; lo que graciosamente recibís, dadlo graciosamente.
Pidamos la sencillez y paciencia de la paloma, para entender estas cosas.