6 de diciembre de 2020, domingo de la 2ª semana de Adviento, puntos de oración

Nuestra oración en este domingo segundo del Adviento puede comenzar con la súplica de los primeros cristianos: “¡Maranatha! Ven, Señor Jesús”. Dios está en camino hacia nosotros, viene a salvarnos: la iniciativa es suya, de su gran misericordia. Solo le mueve su amor por nosotros al ver nuestro desvalimiento. A este movimiento de Dios hacia la humanidad ha de corresponder nuestra respuesta: abrir el corazón, buscar a Dios, preparar su camino en nosotros y a nuestro alrededor. Ese es el objetivo de la Campaña de la Inmaculada y de las Vigilias que celebraremos en honor de nuestra Madre Inmaculada. La Virgen Madre es el camino que Dios se ha preparado al venir al mundo… y nosotros queremos ir a Dios por ese mismo camino. Contemplando la belleza de la Toda Santa, “esperamos y apresuramos la venida del Señor”, para que Dios nos encuentre “en paz con Él, intachables e irreprochables”, como nos dice la lectura del apóstol San Pedro que escuchamos hoy.

En el evangelio resuena la llamada a la conversión a través de la figura de Juan Bautista. ¿En qué consiste esa conversión que nos pide el Adviento? Si Dios viene hacia nosotros, convertirse es volverse hacia Él, dejar de mirarnos a nosotros y mirarle a él con los ojos, con el corazón y con la vida. La conversión de los ojos es la oración: “Señor, mis ojos están vueltos a ti: en ti me refugio, no me dejes indefenso”, grita el salmista al verse rodeado de miseria (salmo 140); la conversión del corazón es la caridad que se vuelca en las necesidades de los hermanos: “reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta” (Salmo 111); la conversión de la vida es hacer un sincero examen de nuestro estilo de vida para prescindir de lo superfluo, lo que nos ata e impide al espíritu volar hacia Dios: “Confesaban sus pecados”, leemos en el evangelio (Mc 1).

Concluimos nuestra oración con la Virgen: en ella se realizan ya “los cielos nuevos y la tierra nueva en la que habita la justicia”, la santidad de Dios. Como Ella, queremos ser tierra buena que acoja en este adviento la Palabra de Dios. Le pedimos que aumente nuestra fe, que creamos que para Dios nada hay imposible, y así nos ofrezcamos como Ella a ser instrumentos con los que el Poderoso haga obras grandes. Las hará si permanecemos humildes, como María.

¿A quién debo yo llamar vida mía,
sino a ti, Virgen María?
Todos te deben servir,
virgen y madre de Dios,
que siempre ruegas por nos
y tú nos haces vivir.
Nunca me verán decir: vida mía
sino a ti, Virgen María.

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