7 de diciembre de 2020, lunes de la 2ª semana de Adviento. San Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia

“He aquí nuestro Dios; viene en persona y nos salvará”.

Estamos ya a las puertas de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. En pocas horas, muchos, o quizás solo algunos, podremos participar en alguna de las Gran Vigilia de la Inmaculada que se celebre en nuestra ciudad. Son las últimas horas de esta campaña de la Inmaculada tan especial, marcada por la incertidumbre, el aislamiento y las restricciones sociales. Esprín final para preparar el corazón y el alma y así unirnos a toda la Iglesia que alaba a Dios por la maravilla de la Concepción Inmaculada de María: “Dios pudo hacer un mundo mejor y un cielo más grande; pero una Madre de mayor grandeza que María, no pudo” (San Bernardo).

Este ocho de diciembre se celebra un aniversario de gran significado para todos nosotros: sesquicentenario (150) de la proclamación de San José como patrono de la Iglesia Universal. Preparémonos encomendándonos a San José, adalid y protector del Movimiento de Santa María, porque “quien no hallare maestro que le enseñe a orar, tome a este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino” (Santa Teresa).

La primera lectura, del profeta Isaías es fácil de meditar porque nos entra por los sentidos. Está llena de imágenes bellísimas: paisajes naturales, flores, animales. Y de expresiones que provocan alegría, confianza, paz y esperanza: el desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá…, sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Viene en persona y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el cojo como un ciervo, y cantará la lengua del mudo. Los dominan el gozo y la alegría. Quedan atrás la pena y la aflicción. Es una estupenda demostración de lo que Dios hace en cada uno de nosotros por medio de la oración y los sacramentos. De lo que Dios hace en la Iglesia y en el mundo. Aunque a veces nos parezca que todo está muerto y perdido; que el mundo no tiene solución, que la situación de la Iglesia está cada vez peor, o que hay demasiados “ciegos y cojos”. Si hacemos oración, si nos abrimos al espíritu del Evangelio, entonces se nos abrirán los ojos y veremos. Veremos florecer el desierto del mundo, brotar vida de lo que parecía estar muerto. ¡San José, maestro de oración: enséñanos a orar, ayúdanos a ver, mantén viva nuestra esperanza!

El evangelio va en la misma línea que la primera lectura. Pero añade además la condición de la fe para comprender, para ver lo invisible, para dejar a Dios actuar. Nos cuenta que una persona paralítica no puede acercarse por sí misma a Jesús, entonces unos hombres lo ayudan, cargan con él literalmente, resuelven problemas y finalmente se presentan delante del mismo Jesús. Estos hombres son anónimos, representa a todos los apóstoles, misioneros, santos de la casa de al lado que ayudan a que la gente se encuentre con Jesús. Y Jesús se admira de tanto compañerismo, de esa fe de ellos, del grupo, y exclama: Hombre, tus pecados están perdonados. Meditemos el poder del grupo, de los amigos, de la comunidad. Ellos son el medio, mediación necesaria para el perdón de los pecados. Y finalmente, este grupo, esta “iglesia” va a hacer posible otro milagro: que el mundo crea y dé gloria a Dios. Entonces, el asombro se apoderó de todos y daban gloria a Dios. Y, llenos de temor, decían: Hoy hemos visto maravillas.

Reflexión final con la Virgen: Ella es, la Inmaculada Concepción, motivo y modelo de esperanza. Evangelio para toda criatura, prueba del amor de Dios al hombre y ejemplo del amor del hombre a Dios. Madre de la Iglesia que nos estimula mejor que nadie a aspirar con todas las fuerzas a la santidad. Con la Virgen todo cambia para bien, porque ¡La Inmaculada nunca falla! (P. Morales).

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