“He aquí nuestro Dios;
viene en persona y nos salvará”.
Estamos ya a las puertas de la
solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. En pocas horas,
muchos, o quizás solo algunos, podremos participar en alguna de las Gran
Vigilia de la Inmaculada que se celebre en nuestra ciudad. Son las
últimas horas de esta campaña de la Inmaculada tan especial, marcada por la
incertidumbre, el aislamiento y las restricciones sociales. Esprín final para
preparar el corazón y el alma y así unirnos a toda la Iglesia que alaba a Dios
por la maravilla de la Concepción Inmaculada de María: “Dios pudo hacer
un mundo mejor y un cielo más grande; pero una Madre de mayor grandeza que
María, no pudo” (San Bernardo).
Este ocho de diciembre se celebra
un aniversario de gran significado para todos nosotros: sesquicentenario (150)
de la proclamación de San José como patrono de la Iglesia Universal.
Preparémonos encomendándonos a San José, adalid y protector del Movimiento de
Santa María, porque “quien no hallare maestro que le enseñe a orar,
tome a este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino” (Santa
Teresa).
La primera lectura, del profeta
Isaías es fácil de meditar porque nos entra por los sentidos. Está llena de
imágenes bellísimas: paisajes naturales, flores, animales. Y de expresiones que
provocan alegría, confianza, paz y esperanza: el desierto y el yermo se
regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá…, sed fuertes, no temáis. ¡He
aquí vuestro Dios! Viene en persona y os salvará. Entonces se despegarán los
ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el
cojo como un ciervo, y cantará la lengua del mudo. Los dominan el gozo y la
alegría. Quedan atrás la pena y la aflicción. Es una estupenda
demostración de lo que Dios hace en cada uno de nosotros por medio de la
oración y los sacramentos. De lo que Dios hace en la Iglesia y en el mundo.
Aunque a veces nos parezca que todo está muerto y perdido; que el mundo no
tiene solución, que la situación de la Iglesia está cada vez peor, o que hay
demasiados “ciegos y cojos”. Si hacemos oración, si nos abrimos al espíritu del
Evangelio, entonces se nos abrirán los ojos y veremos. Veremos florecer el
desierto del mundo, brotar vida de lo que parecía estar muerto. ¡San José,
maestro de oración: enséñanos a orar, ayúdanos a ver, mantén viva nuestra
esperanza!
El evangelio va en la misma línea que la
primera lectura. Pero añade además la condición de la fe para comprender, para
ver lo invisible, para dejar a Dios actuar. Nos cuenta que una persona
paralítica no puede acercarse por sí misma a Jesús, entonces unos hombres lo
ayudan, cargan con él literalmente, resuelven problemas y finalmente se
presentan delante del mismo Jesús. Estos hombres son anónimos, representa a
todos los apóstoles, misioneros, santos de la casa de al lado que ayudan a que
la gente se encuentre con Jesús. Y Jesús se admira de tanto compañerismo, de
esa fe de ellos, del grupo, y exclama: Hombre, tus pecados están
perdonados. Meditemos el poder del grupo, de los amigos, de la
comunidad. Ellos son el medio, mediación necesaria para el perdón de los
pecados. Y finalmente, este grupo, esta “iglesia” va a hacer posible otro
milagro: que el mundo crea y dé gloria a Dios. Entonces, el asombro se
apoderó de todos y daban gloria a Dios. Y, llenos de temor, decían: Hoy hemos
visto maravillas.
Reflexión final con la Virgen: Ella es, la Inmaculada Concepción, motivo y modelo de esperanza. Evangelio para toda criatura, prueba del amor de Dios al hombre y ejemplo del amor del hombre a Dios. Madre de la Iglesia que nos estimula mejor que nadie a aspirar con todas las fuerzas a la santidad. Con la Virgen todo cambia para bien, porque ¡La Inmaculada nunca falla! (P. Morales).