Hoy se cumplen 40 días desde la Resurrección del
Señor. La conmemoración de la Ascensión, que correspondería hoy y que se
recordará el domingo, nos permite celebrar la Virgen de Fátima. En vez de
contemplar hoy que Nuestro Señor sube a los Cielos, que sube junto al Padre,
vemos que Nuestra Madre baja de Él junto a nosotros para recordarnos que las
promesas que se nos han hecho no son caducas, sino que están vigentes y que Su
Hijo ya nos ha indicado el camino hacia el Cielo. Hacia la intimidad del Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo. Hacia esa intimidad a la que este domingo
recordaremos que ha sido elevada la humanidad de Cristo. Nosotros todavía
estamos a la espera de que también nuestra humanidad participe de la intimidad
de la Trinidad. Por eso hoy nuestra Madre nos recuerda que no seamos
olvidadizos, que no desfallezcamos ante los afanes y atractivos de esta vida.
Que seamos memoriosos de la Buena Noticia que hemos recibido y experimentado.
Nos puede ayudar a recordarla la experiencia de Pablo en Corinto: nuestras resistencias, las de nuestro ambiente, etc., a dejarse empampar por el Evangelio. Y la victoria de Cristo en nuestra vida. Hemos sido elegidos. Quizá muchos de nuestros conocidos tuvieron la oportunidad de conocer a Cristo o estuvieron cerca de ellos. Quizá muchos no la aprovecharon. Pero nosotros, por gracia de Dios, la escuchamos y aceptamos. Y hoy vivimos de ella. Quizá la vida ha hecho que estemos pasando momentos de lágrimas, pero confiamos en que “nuestra tristeza se convertirá en alegría” porque, aunque ahora no veamos al Señor, dentro de poco, menos de lo que nuestra impaciencia nos hace creer, volveremos a ver Su Rostro, más resplandeciente que antes y que nos lleva junto al Padre.