19 mayo 2021, miércoles de la 7ª semana de Pascua. Puntos de oración

No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno (Jn 17,11)

El Evangelio nos desafía a vivir en comunión y fraternidad –gozosa familia- como respuesta a la oración de Cristo, viviendo nuestra pertenencia a Él frente a un mundo que divide y nos atonta en la vorágine de la dispersión.

Escuchemos de labios de nuestro Jesús, su conmovedora oración. Parte de reconocer que somos un don del Padre para Él y ora por todos y cada uno para que seamos uno.

“Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad”.

Aquí el núcleo de nuestra inserción en el mundo “estar sin ser”, nota esencial de los consagrados seculares.

El bello texto me hace recordar las palabras de San Juan Pablo II al avizorar el nuevo milenio en el que nos encontramos, en su profético documento “Novo millennio ineunte”. Saboreemos tan sustancioso mensaje como sabroso comentario de nuestro evangelio del día:

Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.

¿Qué significa todo esto en concreto? También aquí la reflexión podría hacerse enseguida operativa, pero sería equivocado dejarse llevar por este primer impulso. Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento (n.43). 

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