Comenzamos nuestra oración
poniéndonos en presencia de Dios. Gracias Señor por querer habitar en mí,
hacerme Templo del Espíritu Santo.
Invocamos al Espíritu Santo y no
situamos en el corazón de María en este mes suyo para disfrutar de este tiempo
de intimidad con Dios.
Las lecturas de hoy son
preciosas. En la primera lectura me gustaría destacar cómo se remarca por dos
veces que el Espíritu no quería que se Evangelizase en dos sitios distintos y
luego como llama y empuja a Evangelizar a un tercero.
Mi primer pensamiento es el de
“pobre gente de esos lugares, ¿Quién les hablaría de Dios?” Mi yo protagonista
que piensa más en las obras de Dios que en Dios.
Creo que la invitación de esta
lectura es la de dar protagonismo en nuestra vida al Espíritu, dejarnos guiar
por Él, aunque a nuestro entendimiento tantas veces nos parezcan
contradicciones.
Dejarnos guiar por el Espíritu
Santo tendrá consecuencias en nuestra vida, y de eso ya nos advierte el
Evangelio. Qué forma más curiosa de convencer a la gente a seguirle tiene
Jesús…nos promete persecución y odio ¿Quién se apunta? No parece muy buena
campaña de marketing, y por ello continuamente debemos examinarnos como
cristianos. ¿Cómo es mi respuesta, cómo está mi conversión? ¿Estoy siendo
valiente con aquellas cosas que me pide el Señor hoy? Me atrevo a concluir que
no somos capaces de corresponder a tanto Amor, de acoger y abrazar la cruz que
nos regala y ante nuestra pequeñez acude el Salmo: “somos suyos”; “El Señor es
bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades”
Puesta la vista en su llamada y
no en nuestra respuesta es cuando podemos confiar en Dios, dejarnos hacer,
dejar a Dios que sea Dios y ofrecernos para seguir las inspiraciones del
Espíritu Santo, vivir soñando con el cielo, con lo transcendente, en este
mundo, lejos del mundo.
María y José nos enseñan a vivir esta confianza, observémosles en el día a día, en lo pequeño, en lo que nadie ve.