“No hay nada más provechoso que la meditación de la vida y de los hechos de
la bienaventurada Virgen María”. S. Pedro Fabro, [M 110]
Pues, precisamente hoy,
deseamos contemplar a la Madre;
la más preciosa, cercana y comprensiva de todas ellas. Y lo haremos desde los
ojos del Padre, los de Jesús, del Espíritu Santo, los de S. José y desde los
propios nuestros.
¿Qué no vería el Padre para
enamorarse de este corazón, y para elegirla entre todas, como la madre de su
hijo querido? La blancura y delicadeza de su alma, su sencillez y su conciencia
de esclava. Pero también la prudencia exquisita, (no desconfianza) unida a una
valentía y templanza, a prueba de fracasos, para acometer grandes proyectos.
Todo esto y más cautivaría al Padre, sin duda.
Pensamos, ¿Cómo vería el Espíritu
Santo el corazón de esta joven? ¿Cómo eran sus diálogos en el alma de María?
Sin duda que, su actitud de escucha y la docilidad a sus inspiraciones, le
encantarían. ¡Cómo acudiría pronto a sus llamadas interiores cuando le
consultaba! De esa amistad estrecha, brota de la Virgen la capacidad de saber,
entender y aconsejar. Surge, además, la facilidad a inclinarse hacia las cosas
de Dios y un amor respetuoso por todo lo suyo. De una manera extraordinaria, la
vemos revestida de fortaleza y entrega inauditas en la Pasión de su Hijo.
Y, Jesús, ¿Cómo vería a su madre
a los 5, 10, 18, 30 o 33 años? En cada etapa, impregnándose de su ser entero,
podríamos decir que, madre e hijo, se confunden en su personalidad. Visto desde
fuera, podemos resumir que fue para él; madre, confidente, faro y referencia
durante la pasión y crucifixión, colaboradora necesaria al quedar la primera
iglesia en desbandada, pero siendo alma y roca de una iglesia naciente.
Nos detenemos un momento en
pensar cómo vería José a su mujer, María. ¡Qué misterio lleno de amor y
respeto, asombro y agradecimiento debe llenarnos en este momento! Ciertamente
era su esposa y también era madre. Ella, esposa y madre, él esposo y padre.
Todo, virginalmente. José aprendería de ella un modelo de ser creyente, una
excelente colaboradora en los planes del Señor y la esposa que su corazón
siempre soñó.
Ahora te invito a mirar, con tus
propios ojos, a la Virgen. Recuerda que “somos lo que contemplamos”. Si esto es
cierto, quedaremos “aromatizados” de Ella. ¿Cómo te la imaginas?; su perfil
humano, social (modo de relacionarse), sicológico-emocional (p.ej. la
repercusión de los acontecimientos en su interior) y espiritual (en el
Magníficat se nos revela en parte). Vive en constante, HÁGASE Y ESTAR;
actitudes de apertura a
las novedades de Dios y permanecer, cuando
sólo él, doliente, nos queda. Dos actitudes de Ella, digo, que hemos elegido
para sintetizar lo que queremos ser.
A punto estamos de iniciar la Campaña de la Visitación. Después de contemplarla, ¿Qué actitud eliges para intentar imitarla durante este período?