Nuestra
oración se inicia en la presencia de Dios, tomando como intercesora a la Virgen
para pedir la gracia de la alegría de la Pascua que Jesús quiere transmitirnos:
“Os he hablado esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría
llegue a plenitud”. Es la gracia de la consolación que tiene su fuente en el
amor de Dios, en saberse y sentirse profundamente amados por el Padre. Esto es
lo que Jesús nos dice hoy: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo”. Le
pido a la Virgen saber guardar en el corazón, meditar y saborear esta Palabra
de vida.
Sentir
la alegría de que Dios quiere mostrarme su rostro, que conozca cuánto me
quiere, con un amor que supera toda clase de amor: “Comunícase Dios al alma con
tantas veras de amor que no hay afición de madre que con tanta ternura acaricie
a su hijo, ni amor de hermano ni amistad de amigo que se le compare” (san Juan
de la Cruz, Cántico espiritual).
Esta
verdad es el más firme fundamento de mi vida, la certeza que no me ha de
abandonar nunca, especialmente en la oscuridad y en la cruz; incluso cuando me
siento triste por mis fallos: “Dios te ama. Nunca lo dudes, más allá de lo que
te suceda en la vida. En cualquier circunstancia, eres infinitamente
amado” (Francisco, Christus vivit). Sigue diciendo el Papa a los
jóvenes palabras que no debemos olvidar nunca: “Dios se muestra como un
enamorado que llega a tatuarse a la persona amada en la palma de su mano para
poder tener su rostro siempre cerca: Míralo, te llevo tatuado en la
palma de mis manos (Is 49,16) … nos lleva a descubrir que
su amor no es triste, sino pura alegría que se renueva cuando nos dejamos amar
por Él: Tu Dios está en medio de ti, un poderoso salvador. Él grita de
alegría por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo (So
3,17)”.
Jesús
nos pide que permanezcamos en su amor, unidos a Él como el sarmiento a la vid,
porque sin Él no podemos hacer nada. Le ofrezco mi deseo de hacer todo en este
día bajo su mirada: caminar en Él, trabajar en Él, entregarme a los demás,
llevar mi cruz … en Él.
Además,
el Señor me señala el modo de permanecer en Él: guardar sus mandamientos, pues
“si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en su amor, lo mismo que yo he
guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Mi unión con
Cristo no solo es de sentimiento, sino también de voluntad. Cumplir sus
mandamientos es una cuestión de amor, pues mi respuesta de amor agradecido a
tanto bien recibido es hacer su voluntad. Es imposible a mis fuerzas cumplir
sus mandamientos sin su gracia, por eso he de permanecer unido a Él para que la
savia de la vid sea la del sarmiento. Jesús me comunica el Espíritu Santo, la
savia que une a la vid con los sarmientos, para poder cumplir sus palabras. Me
gozo pensando que el Espíritu Santo habita en mí y me fortalece.
Puedo terminar mi oración pidiéndole la gracia de no ofenderle en este día con el pecado, ni siquiera venial, para permanecer en su amor: “Señor, Dios todopoderoso, que nos has hecho llegar al comienzo de este día: danos tu ayuda para que no caigamos hoy en el pecado, sino que nuestras palabras, pensamientos y acciones sigan el camino de tus mandatos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén”. ¡Santa María de la Pascua: danos la alegría cumplida de Cristo resucitado!