Al
comienzo de nuestro ratito de oración, reunidos en oración con María, con toda
la Iglesia y en particular con las almas contemplativas, invoquemos la venida
del Espíritu Santo. Recemos muy despacio: Dios todopoderoso, que
derramaste el Espíritu Santo sobre los apóstoles, reunidos en oración con
María, la Madre de Jesús, concédenos, por intercesión de la Virgen, recibir ese
mismo Espíritu que es luz, fuerza y amor.
1º.- Para
ser cristiano no es necesario cumplir las leyes de los judíos. La primera
lectura nos recuerda el primer concilio de la Iglesia, que tuvo lugar en
Jerusalén. Los Apóstoles y presbíteros reunidos en oración bajo la luz del
Espíritu Santo discernieron la situación que se había creado tras la conversión
al cristianismo de hombres y mujeres no provenientes del pueblo judío. ¿Qué
normas deberían seguir? ¿Las tradiciones judías como los cristianos de
Jerusalén? o ¿igualmente para todos bastará con vivir el Evangelio? ¡Qué
momento más delicado! Estaba en juego el futuro de la Iglesia, y no era nada
fácil tomar una decisión. Sin embargo, los responsables de la Iglesia,
confiados en la acción del Espíritu Santo que actúa por medio de hombres,
tomaron la decisión de no imponer a los nuevos cristianos las normas de la
tradición judía. Para ser cristiano bastaría la fe en Jesús y con vivir el
Evangelio que habían recibido. El momento sigue siendo actual, la Iglesia
siempre está discerniendo los tiempos y tomando decisiones. Pero en eso no está
sola, tiene la asistencia del Espíritu Santo. Ahora, al pasar por el corazón
estos hechos en la oración, pidamos a la Virgen que nos conceda aquella misma
alegría que sintieron los primeros cristianos de Antioquía al recibir esas
decisiones. Y la capacidad de ser dóciles y fieles a las indicaciones de la
Iglesia de hoy. Que comprendamos que salirse de la obediencia a la Iglesia es
salirse del Evangelio.
2º El
nuevo mandamiento de Jesús. En el Evangelio, Jn 15, 12-17, escuchamos
a Jesús que nos dice: Este es mi mandamiento nuevo: que os améis unos a
otros como yo os he amado. Hasta entonces el modelo de amar era el amor a
uno mismo. La ley mandaba amar a Dios y amar al prójimo como a uno mismo. Para
amar bastaba con no hacer daño a nadie pues nadie quiere hacerse daño o
perjudicarse. Sin embargo, el mandamiento de Jesús va mucho más lejos. Se pone
Él mismo como modelo: como yo os he amado. Es decir, hasta el
extremo, hasta dar la vida por los amigos, e incluso por los enemigos. Jesús
dio la vida por todos, por nuestros pecados y por los del mundo entero. Cuando
amamos así, somos amigos de Dios y de todos los hombres. Es la fraternidad de
la que nos está hablando el papa Francisco o la amistad social como también le
gusta llamarla. Este amor brota de la oración, del conocimiento íntimo de
Jesús, del trato personal con Él. Y en esto Jesús toma la iniciativa, Él nos ha
elegido primero. Si somos amigos de Jesús, los demás lo notarán. Notarán que
salimos de la oración, de estar a solas con Jesús. Y por medio nuestro
descubrirán el amor que Dios les tiene. Pidamos esto en la oración, pidámoslo
al Padre por medio de su Hijo y el Padre nos lo concederá para la salvación del
mundo. También pidámoselo a la Virgen: permanecer en el amor a Jesús. Santa
Teresita del Niño Jesús decía que “cuanto más unida estoy a Jesús,
tanto más amo a mis hermanas”. Y Abelardo en sus notas espirituales de los
Ejercicios de 1956 escribió: ¡Madre! Quiero enamorarme de Jesús.
Seguirle a todas partes; que sea la vida de mi vida.
Feliz oración.