27 mayo 2021, jueves de la 8ª semana de Tiempo Ordinario. Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. Puntos de oración

Hoy, terminados los días de la Pascua, todavía con los ecos de Pentecostés y de la fiesta de María, Madre de la Iglesia, la liturgia nos presenta la figura de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, De ese sacerdocio, único y eterno, participamos todos, unos a través del sacerdocio común que poseemos como bautizados y otros a través del sacerdocio ministerial, participación especial del sacerdocio de Cristo.

Pero ¿qué significa ese sacerdocio de Cristo y nuestra participación en él? Lo podemos ir descubriendo a través de la Palabra de Dios que hoy, como siempre, es rica en contenido y aplicaciones a nuestra vida, la de cada día.

La lectura del libro de Jeremías habla de los tiempos mesiánicos, en que el Señor hará con nosotros una alianza nueva, poniendo su ley en el fondo de nuestro ser, escribiéndola en nuestros corazones, perdonando nuestra culpa, olvidando nuestros pecados.

Nos invita esta lectura a mirar en el fondo de nuestro corazón y a descubrir una realidad extraordinaria: Dios habita en nosotros; ahí, en el fondo, olvidado tantas veces, está Dios. Y esa presencia borra nuestros pecados, y nos señala el camino a seguir.

Pidamos a María vivir esta realidad gozosa desde su Corazón Inmaculado, como ella la vivió, sabiendo descubrir la presencia del Dios verdadero en el anuncio del ángel, en la pérdida del Niño en el templo, en su partida de Nazaret, en su pasión y muerte y en su gloriosa resurrección.

Pidamos al Espíritu Santo que vivifique nuestro ser, que nos haga vivir conscientes de esa Presencia, misteriosa pero real, de Dios en cada uno de nosotros.

El evangelio de san Marcas, de una forma sencilla, relata el momento crucial de la última cena en que Jesús, tomando el pan, bendiciéndolo, partiéndolo y repartiéndolo, dijo:

«Tomad, esto es mi cuerpo». «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos».

Nos descubre aquí Jesucristo el verdadero sentido de su sacerdocio: la entrega de su vida, de una vez para siempre, para redimirnos de una forma total, absoluta, completa.

Sintamos la llamada, en un rato tranquilo de oración, a vivir a lo Cristo, a ser nosotros también una vida entregada del todo a los demás. Lo que dice el prefacio de la misa, referido al sacerdocio ministerial, nos lo podemos aplicar todos: “tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo y han de darte así testimonio constante de fidelidad y amor”.

A esa misión estamos llamados. Y ya sabemos que no podemos por nosotros mismos. Viene así la antífona de comunión de hoy a recordarnos:

“Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final del mundo”.

Dentro, muy dentro, en el fondo de nuestro ser.

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