Hoy,
terminados los días de la Pascua, todavía con los ecos de Pentecostés y de la
fiesta de María, Madre de la Iglesia, la liturgia nos presenta la figura de
Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, De ese sacerdocio, único y eterno,
participamos todos, unos a través del sacerdocio común que poseemos como
bautizados y otros a través del sacerdocio ministerial, participación especial
del sacerdocio de Cristo.
Pero ¿qué
significa ese sacerdocio de Cristo y nuestra participación en él? Lo podemos ir
descubriendo a través de la Palabra de Dios que hoy, como siempre, es rica en
contenido y aplicaciones a nuestra vida, la de cada día.
La lectura
del libro de Jeremías habla de los tiempos mesiánicos, en que el Señor hará con
nosotros una alianza nueva, poniendo su ley en el fondo de nuestro ser,
escribiéndola en nuestros corazones, perdonando nuestra culpa, olvidando
nuestros pecados.
Nos invita
esta lectura a mirar en el fondo de nuestro corazón y a descubrir una realidad
extraordinaria: Dios habita en nosotros; ahí, en el fondo, olvidado tantas
veces, está Dios. Y esa presencia borra nuestros pecados, y nos señala el
camino a seguir.
Pidamos a
María vivir esta realidad gozosa desde su Corazón Inmaculado, como ella la
vivió, sabiendo descubrir la presencia del Dios verdadero en el anuncio del
ángel, en la pérdida del Niño en el templo, en su partida de Nazaret, en su
pasión y muerte y en su gloriosa resurrección.
Pidamos al
Espíritu Santo que vivifique nuestro ser, que nos haga vivir conscientes de esa
Presencia, misteriosa pero real, de Dios en cada uno de nosotros.
El evangelio
de san Marcas, de una forma sencilla, relata el momento crucial de la última
cena en que Jesús, tomando el pan, bendiciéndolo, partiéndolo y repartiéndolo,
dijo:
«Tomad, esto es mi cuerpo». «Esta es mi sangre de la alianza, que es
derramada por muchos».
Nos descubre
aquí Jesucristo el verdadero sentido de su sacerdocio: la entrega de su vida,
de una vez para siempre, para redimirnos de una forma total, absoluta,
completa.
Sintamos la
llamada, en un rato tranquilo de oración, a vivir a lo Cristo, a ser nosotros
también una vida entregada del todo a los demás. Lo que dice el prefacio de la
misa, referido al sacerdocio ministerial, nos lo podemos aplicar todos: “tus
sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los
hermanos, van configurándose a Cristo y han de darte así testimonio constante
de fidelidad y amor”.
A esa misión
estamos llamados. Y ya sabemos que no podemos por nosotros mismos. Viene así la
antífona de comunión de hoy a recordarnos:
“Sabed que
yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final del mundo”.
Dentro, muy dentro, en el fondo de nuestro ser.