Señor, que todas mis intenciones,
acciones y operaciones, sean puramente ordenadas a tu servicio y alabanza.
(San Ignacio)
En el Evangelio de hoy vemos un
diálogo entre Jesús y Pedro, un diálogo entre el discípulo, tú y yo estamos
representados en Pedro, y el Maestro.
Las palabras de Pedro no dejan de
tener algo de presunción y de deseo de reconocimiento por parte del Señor ante
esta buena acción del discípulo que es haberlo dejado todo por seguir a Jesús.
En otras ocasiones Jesús ha
reprendido a Pedro por este orgullo que manifiesta, pero esta vez no le
reprocha nada. Al contrario, las palabras de Pedro son la ocasión para que el
Señor nos aliente y nos haga una promesa de bendiciones, sin olvidar que
también habrá persecuciones, en este camino de seguir a Jesús.
Para entender bien este diálogo
hay que leer los otros dos o incluso tres textos anteriores que ha recogido san
Marcos. En los versículos 13 al 16 ha bendecido a los niños y ha proclamado que
de los que son como ellos es el reino de los cielos. La escena siguiente recoge
la negativa del joven rico, precisamente por no ser capaz de dejar la riqueza
material frente a ese bien superior que es el Señor. Jesús se entristece y por
eso en los versículos anteriores al pasaje que meditamos hoy, versículos 23 a
27, advierte a sus discípulos del peligro de apegarse a las riquezas en
general. Los discípulos lo entienden bien y por eso se asustan y preguntan a
Jesús que quién puede salvarse si esto es así. Jesús no está hablando solamente
de la riqueza material sino de todo aquello que consideramos un bien y que lo
apreciamos por encima de todo lo demás.
La respuesta de Jesús es
paradigmática: “Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es
posible para Dios”.
Al oír esto es cuando Pedro se
adelanta a declaran que ellos lo han dejado todo y le han seguido.
Aprovechemos nuestra oración para
revisar nuestros apegamientos a tantas riquezas que tenemos en nuestra vida y
que quizás nos están haciendo dar la espalda al Señor. Si queremos seguir a
Jesús, tenemos que dejar mucho lastre por el camino.
Un sendero seguro para seguir a Jesús es el de María. Ella estaría allí, junto a Pedro y los discípulos, y es posible que cuando Jesús dijo aquello de que “todo es posible para Dios”, resonara en su interior las palabras del Ángel en aquel amanecer luminoso de la Encarnación: “…porque nada hay imposible para Dios” (Lc 1,37).