Puntos para la oración 10 noviembre 2009

“Somos unos pobres siervos”

San Ignacio nos dice en el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales que “el hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor”. El gran regalo de haber sido creados, llamados a la vida, está unido a una misión: el servicio de Dios. Somos unos pobres siervos, como concluye el Evangelio hoy. ¡Pero siervos al servicio de Dios! De un Dios Amor, que busca nuestra felicidad plena.

  • Comenta san Ambrosio: “Que nadie se gloríe de lo que hace, puesto que en justicia podemos decir que debemos al Señor nuestro servicio. Mientras vivimos debemos trabajar para el Señor. Reconoce, pues, que eres un servidor dedicado a muchos servicios. No te envanezcas de haber servido bien, porque no has hecho más que lo que debías hacer”.
  • Y es que, de una u otra forma, enseguida pasamos factura a Dios “por los servicios prestados”, y nos creemos con derechos ante Él. A veces, cuando se asoma el sufrimiento en nuestras vidas, nos extrañamos y nos quejamos, porque pensamos “no me lo merezco, después de todo lo que he hecho por el Señor”.
  • Hemos hecho lo que teníamos que hacer”. De pequeños nos educaban así nuestros padres. Cuando llegábamos a casa con buenas notas, todo contentos, nos decían: “no has hecho nada extraordinario; era lo que tenías que hacer”. Y es que ¡qué peligroso ante Dios y ante los demás es creernos “personitas”!
  • ¿Cómo es un auténtico siervo de Dios? Podemos ir dibujando su “retrato robot” con los trazos que nos aporta la Escritura:

a) el siervo es el que está pendiente de su Señor. Con sus ojos: “Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, así están nuestros ojos en el Señor, esperando su misericordia”. Con sus oídos, como dice el salmo responsorial de hoy: “que los humildes lo escuchen”. Con todo su ser.

b) Los siervos de Yav, los anawin, son los que confían sus vidas al Señor. Porque su Señor es todopoderoso, infinitamente bueno. En realidad es su Dueño el que está pendiente de sus siervos. Como dice el salmo de hoy: “Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos”. En definitiva “La vida de los justos está en manos del Señor”, como leemos en la primera lectura, porque Él “quiere a sus devotos, se apiada de ellos y mira por sus elegidos”. En consecuencia:

c) El siervo alaba al Señor. Es la invitación del Apocalipsis: «Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los que le teméis, pequeños y grandes» (Ap 19, 5). Y el salmo de hoy: “bendigo al Señor en todo momento”.

d) El siervo es humilde. Se sabe pobre de todo bien, necesitado. Y el siervo está alegre, porque sabe de quién se ha fiado. Así lo afirma el salmo de hoy: “que los humildes lo escuchen y se alegren”.

e) Y aunque el servidor “hace lo que tenía que hacer”, su Señor es tan bueno que le da como recompensa su propia vida y le pone a la mesa de la Eucaristía: “Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá” (Lc 12, 37).

f) Así que tras un servicio pequeño, el servidor recibe el don de compartir la vida de su Señor: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15).

Concluyamos nuestra oración fijando nuestros ojos en nuestros adalides y entablando un diálogo con ellos: son nuestros modelos en el servicio.

  • San Pablo se define como “siervo de Cristo Jesús” (Rm 1, 1).
  • Y sobre todo fijémonos en la Virgen. Ella es la sierva, la esclava del Señor, como rezamos en el Ángelus, que alaba al Señor porque “ha mirado la bajeza de su sierva”. Madre, enséñame a ser siervo de Jesús.
  • Y dejémonos deslumbrar por Jesús, el siervo de Yavé. Este título de Jesús asombró a los primeros cristianos: “se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2, 7-8). Por ello se llenan de gozo, porque “el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús” (Act 3, 13). Jesús, hazme semejante a Ti: quiero servirte con todo mi ser.

Que vivamos como siervos fieles, para escuchar al terminar este día, y también cuando acaben nuestros días: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor.” (Mt 25, 21)

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