En el evangelio de Lucas se puede seguir un itinerario de Jesús maestro de oración: El Padre se le manifiesta en la oración (Lc 3,21); Jesús se marcha frecuentemente a orar (Lc 6,12; 9,28). Este ejemplo del maestro suscita en los discípulos el deseo de orar (Lc 11,1). Por eso S. Lucas insiste en la enseñanza de Jesús sobre la oración en este capítulo 18: la oración perseverante (Lc 18,1-8) y la oración humilde (Lc 18,9-14).
Este mandato de Jesús a sus discípulos encontró eco en el corazón de Pablo y por eso será un consejo repetido en sus cartas a las primeras comunidades de cristianos: Orar siempre (1Tes 5,17; 2Tes 1,11; Rom 1,10; 12,12; Ef 6,18), sin desanimarse (2Tes 3,13; 2Cor 4,1.16; Gal 6,9; Ef 3,13).
Comenta san Agustín sobre este texto que lo que Jesús nos recomienda no es tanto que prolonguemos mucho nuestra oración (cf. Mt 6,7), sino que perseveremos en ella, que no dejemos ni un solo día de ponernos en presencia del Señor.
Y San Cirilo nos enseña: “Esta parábola nos asegura que Dios escuchará a quienes le dirijan sus oraciones, no con descuido o negligencia sino con constancia y seriedad”.
La oración perseverante es un don que Dios da a los que se lo piden. Es una vocación que tienen las almas contemplativas, en los claustros o en medio del mundo.
Uno de los autores espirituales que recibió este don es Jean Lafrance: “Reconocí que Dios me había creado realmente para la oración y que nada podría detener esta oración en mi corazón, ni siquiera la muerte. (…) Tengo la certeza de que seguiré rezando después de mi muerte hasta el día en que Cristo vuelva, a fin de que encuentre aún fe en la tierra”.
Comentando el texto de los dos versículos finales (vv. 7-8): “Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos…”, decía Lafrance que ahí reconocía su verdadero rostro “como quien al menos ha deseado clamar a Dios día y noche”.
Si hay que orar siempre sin cansarse, es para mantener viva la llama de nuestro amor y nuestra fe.
Porque la oración “es paciencia del amor, por parte de Dios como por parte del hombre; es exceso de fe, y por tanto de oración”.
“Si hay hombres que emplean su vida en rezar, es para mantener viva y activa esa fe que Jesús desea encontrar en el corazón de todos los suyos.”
Jesús, con esta parábola, ha querido insistir en la perseverancia, porque la tentación es el cansancio: “Cuando no vemos que ocurra algo es cuando más tentados nos sentimos a bajar los brazos. Sólo la fe puede mantenernos. (…) Como en el perdón de las ofensas, al que la oración está ligada, se perdona una, dos, diez, setenta veces; pero un buen día se corre peligro de cesar.”
Tenemos que ser hombres de amor, de perdón y de oración perseverante, capaces de afrontar con paciencia y con fe el misterio del silencio amoroso de Dios.
Aprovechemos la meditación de este pasaje del Evangelio para pedirle al Señor la gracia de la oración perseverante. La gracia que, también según San Lucas, adornaba el alma de Nuestra Señora: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19; cf. Lc 2,51). “Todos ellos perseveraban en la oración, con (…) María, la madre de Jesús” (Hch 1,14).