INVOCAMOS al Espíritu Santo, y LE PEDIMOS luz para nuestra mirada, el milagro de que nos haga ver la realidad con los ojos de la fe.
LEEMOS la primera lectura y MEDITAMOS.
- ¿Qué paralelismo encontramos entre la situación que vivió el pueblo de Israel y la que estamos viviendo nosotros ahora?
- ¿Hay también quien dice que es mejor no aislarnos y hacer un gran pacto con el mundo, vivir según sus costumbres y modas, para no quedar aislado, para que nos vaya mejor, para prosperar?
- ¿Cuáles son esas costumbres que hemos cambiado en nuestra sociedad y que no son acordes con el plan de Dios sobre los hombres?
- ¿He cambiado yo mi corazón, mis pensamientos, mi vida? ¿Veo la realidad con los ojos de Dios?
ORAMOS
Fácilmente descubriremos que muchos criterios del mundo se nos meten casi sin pensarlo. Vamos cambiando nuestra mirada de fe, y empezamos a ver todo de tejas para abajo, según el mundo.
Entonces, más que una autojustificación sobre nuestro estilo de vida, tenemos que sacar de nuestro corazón una súplica: “¡Jesús, ten compasión de mí! ¡Señor, quiero ver!”, como Bartimeo en el evangelio.
Para hacer este tiempo de oración hemos de imaginarnos a nosotros mismos en la figura de Bartimeo. Sentir lo que siente un ciego, que no podemos ver nada. Quizás nos ayude el taparnos los ojos y estar un tiempo con los ojos así, sin poder ver nada. Esta oración es para hacerla con los mismos sentimientos y vivencias que el ciego de Jericó. Sentir la angustia de no ver, de sólo oír las voces, pero no reconocer los rostros, los colores, las imágenes.
También en mi vida de fe estoy ciego, aunque vea con mis dos ojos, hay partes en las que no veo. ¡Señor, quiero ver!
Sentir entonces, aunque no pueda ver su rostro, la figura de Jesús que se acerca a mí, oír su voz, sentir su mirada.
- ¿Qué quieres que haga por ti?
- ¡Señor, quiero ver de nuevo! No quiero pensar, sentir, amar como el mundo. No quiero seguir ciego.
- Recobra la vista, tu fe te ha salvado.
Abir los ojos y, -si puedo tener un icono, una imagen de Jesús delante de mí-, contemplar al final de la oración su rostro. Quedarme CONTEMPLANDO su rostro, sin decir nada, sin pensar nada.
CONCLUIMOS LA ORACIÓN con la resolución de Ignacio de confianza y fe en lo que Jesús me dice, en lo que la Iglesia me transmite. Que aunque yo lo vea negro, si la Iglesia me dice que es blanco, me fiaré y purificaré mi forma de ver la realidad. ¡Señor, que vea el mundo con tus ojos! Que no me deje arrastrar por las modas, por estilos de vida que matan el alma, que me alejan de Ti.