Hoy celebramos la solemnidad de Cristo Rey.
En el evangelio de hoy, Jesucristo reconoce su realeza. Lo hace en una situación que parece contradecir lo que afirma, ya que se encuentra atado ante Pilato. Pero su respuesta a Pilato es clara: “Tú lo dices, soy rey”. La afirmación no puede ser comprendida por quienes se aferran al poder de este mundo, pero no por eso es menos cierta. Hoy, cuando nosotros debemos confesar la realeza de Jesucristo, también nos exponemos a ser objeto de incomprensión, o de burla escéptica, como vemos en Pilato.
Estamos recordando en estos días el 25 aniversario del fallecimiento del P. Eduardo Laforet, sacerdote perteneciente al Instituto Secular Cruzados de Santa María.
“En aquel lejano 13 de mayo de 1981 en que el Papa Juan pablo II sufría un atentado en la plaza de san Pedro de Roma, Eduardo Laforet, entonces joven universitario a punto de iniciar los estudios de Teología, ofrecía su vida por el Papa.
Dos años después se le diagnosticó leucemia. Obtuvo permiso para adelantar su ordenación presbiteral, y seis meses después, el 23 de noviembre de 1984, el Señor le llamó a su seno aceptando así, la ofrenda que un día hizo de su vida”.
Te propongo un texto del P. Eduardo tomado de una meditación en el retiro de Cristo rey el día 19 de noviembre de 1983, un año justo antes de fallecer.
“…Yo siempre he tenido la experiencia muy viva de que la vida cristiana es un irse dando cuenta de las grandes maravillas que da el Señor, que son un torrente de misericordia. Pues Dios es una fuente inagotable de bendiciones y el mundo es su torrentera. Y entonces, en definitiva, yo cifro mi vida en ir descubriendo esos dones, y en ir subiendo de afirmación en afirmación hasta la fuente que es Dios.
Claro, esto puede parecer muy bonito, pues todos los goces que Dios te manda, las cosas bellas que hay en el mundo, son muchísimas. Pero es que dentro de esa torrentera hay unas gracias todavía más profundas y mucho más bellas, y ésas están marcadas especialmente por la Cruz. Y en el sufrimiento tenemos el gran regalo de Dios. Entonces es ir descubriendo también que esos sufrimientos son el mejor don de Dios. Ir afirmándolo. Y esa humildad en definitiva (“He venido, Padre, a hacer tu voluntad”) es: “acepto, Señor, lo que me mandes”. Y quiero alegrarme de ello, y aunque a veces no lo haga, tampoco preocuparme de ello”.
Abelardo nos hablaba anoche de todo esto… Él decía: que pensamos en la santidad (como) una santidad que está hecha de virtudes, pero (que la santidad) es de Dios… Para eso tenemos que perseverar. Y esa perseverancia es gracias a nuestras miserias; no a pesar de ellas, sino gracias a ellas”.
Y finalizamos estos puntos con la oración de entrada que nos propone la liturgia de este día de la solemnidad de Cristo Rey: “Digno es el Codero degollado de recibir, el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza el honor. A él la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. (Ap 5, 12; 1,6)