Para empezar estos minutos de oración, te animo a ponerte en la presencia del Señor, como nos propone san Ignacio de Loyola en el libro de los Ejercicios Espirituales: “La oración preparatoria es pedir gracia a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza a su divina majestad” (46).
Así comienza la oración de entrada en la Eucaristía de este domingo: “Llegue hasta Ti mi súplica; inclina tu oído a mi clamor, Señor” (Sal 87,3).
En la primera lectura del Libro de los Reyes, nos pone de manifiesto el encuentro de la viuda de Sarepta con el profeta Elías. El profeta le pide un poco de agua y un poco de pan, en una situación extrema. Aunque dudaba, por fin hizo aquello que le pedía Elías. “Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías”.
Al leer el Evangelio de este día me viene a la memoria un pueblo pequeñito de la provincia de Ávila, no muy lejos de la capital. Hace unos años pasamos dos militantes haciendo la “marcha evangélica” dentro de nuestro cursillo de formación en verano. Como en días anteriores pasamos por el pueblo pidiendo limosna para comer ese día y por la tarde nos pusimos a trabajar en las faenas del campo y a entablar conversación con los jóvenes. Al llegar la tarde preguntamos al párroco del pueblo por la familia más necesitada para entregar la comida que habíamos recogido y que nos sobraba, como hacíamos por todos pueblos recorridos. Nos remitió a la casa de dos hermanas ya ancianas y muy humildes. Precisamente por la mañana habíamos pasado por su casa y nos dieron embutido. Parece ser que nos dieron lo que tenían para comer, según nos dijo el sacerdote, pues eran muy pobres.
Aunque al principio no querían coger la comida, la aceptaron con sencillez y quedaron muy contentas.
Para mí fue el mejor testimonio que me llevé de toda esa marcha que duró 15 días (y pasamos por 14 pueblos distintos).
Este evangelio nos tiene que ayudar a descubrir el gozo y la alegría de ser desprendidos. Como dice la beata Teresa de Calcuta, “¡hay que dar hasta que duela!”
A veces no podremos desprendernos de algo de dinero, pero lo que el Señor nos pide es entregar la última moneda, eso poquito que me cuesta de manera espacial. Hay ocasiones que se nos pide entregar nuestro tiempo, ese rato al que estoy tan apegado que no puedo pasar sin él, el rato de deporte, la película que me han regalado… en otra ocasión alguien me pide ayuda porque no sabe leer o hablar, ha llegado hace unas horas o unos días de un país lejano. Imitemos a la viuda del Evangelio de hoy.
Con seguridad que si captamos la actitud de esta señora, nuestros ojos verán con el Corazón de Cristo y saldremos de nuestro egoísmo. Descubriremos el gozo de vivir desprendidos para ayudar al que nos necesite.
Anteponer algo a Dios, es alejarse de la verdadera felicidad. Lo sabemos por la fe, pero hemos de comprobarlo en las obras. Estas dos viudas que nos encontramos en las lecturas de hoy, nos ayudan a comprender que estamos necesitados y que lo único que puede socorrer nuestra necesidad y desolación es Dios: por eso hay que abandonarse en Él con una confianza audaz.
Petición: María enséñanos a pedir y prestar ayuda con sencillez.
Que el Señor nos presente ocasiones para que sólo podamos confiar en Él. Porque “Él está allí, cuando creemos estar solos, el nos contesta cuando nadie nos responde, Él nos ama cuando todos nos abandonan”.