Viajando en un taxi, una emisora radial comentaba la película 2012, que trata sobre el fin del mundo basada en una profecía maya. Escuchando los comentarios el taxista, con cierto aire de preocupación me preguntó si realmente sucedería el fin del mundo. Y yo le respondí con otra pregunta: ¿No crees que sería mejor que este mundo se acabe ya? Mira: en África continúa la hambruna; los palestinos y los israelíes siguen con su guerra inacabable; el fanatismo musulmán tiene en jaque a las potencias mundiales, hay crisis financiera por la codicia de los que tienen más. Esto a nivel mundial. Echa un ojo a las tragedias personales de las que nos enteramos por los periódicos.
El hombre me miró y se calló y cambió de tema, pienso yo porque a nadie le gustaría que lo sorprendieran y le dijeran hoy día que se va a morir. Mi intención no era abatirlo sino hacerle pensar lo serio del tema. No podemos decir alegremente que el mundo se va a terminar en tal o cual fecha, porque nuestra experiencia nos dice que mucho en el mundo quedaría incompleto. Pero ¿cuándo el mundo acabará de completar su destino?
Los cristianos tenemos la esperanza en la Providencia de Dios: Él que es Padre sabrá el momento. Él que nos ha creado maravillosamente y más maravillosamente nos ha redimido sabrá cuándo la humanidad estará lista para su juicio final.
En el entretanto, en el curso de los siglos y también en el estrecho tiempo de vida que se le concede a cada hombre y mujer, nos toca vivir vigilando, teniendo presente lo que San Pablo enseña a los romanos: “Sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman, de los que según sus designios son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”. (8, 28-30).
Para vivir vigilantes sabemos que en primer lugar hay que orar. El Padre nuestro es nuestra mejor oración y la que nos quita ese temor a dejar esta vida inacabada. En esta oración que salió del corazón del Dios hecho hombre por nosotros, se nos da las pautas para vivir teniendo presente siempre a Dios, para desear su alimento, para amar verdaderamente a nuestro prójimo y para curar y robustecer nuestro espíritu.
El Apóstol San Pedro en su segunda carta nos da consejos de oro para vivir vigilantes: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.
Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.
Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados.
Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás, porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Por esto, yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis, y estéis confirmados en la verdad presente” (1, 3-12).
Nuestro Salvador en el Evangelio de hoy, nos advierte: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Lc 21, 34-36).
Como cristiano que soy, a través de estas líneas quisiera compartir que vivir el cada día teniendo como horizonte a Cristo y practicando sus enseñanzas, es vivir con adelanto el cielo. El cielo será vivir la felicidad eterna, pues Cristo nos enseña que en esta tierra se puede comenzar a ser feliz viviendo las Bienaventuranzas, practicando aquello de “es más feliz el que da que el que recibe” o también que la felicidad se encuentra dando la vida por el amigo, por ese prójimo en quien Cristo se representa a sí mismo.
2012, 2050 o la fecha que sea que digan que se acaba el mundo no interesa, si Cristo es el verdadero Rey de nuestras vidas.