* La primera lectura es un magnífico himno a la sabiduría. Llama la atención que diga que la sabiduría es "efluvio del poder divino", "reflejo de la luz eterna", "espejo de la actividad de Dios", "imagen de su bondad", "emanación de la gloria de Dios".
La sabiduría se va personificando cada vez más. Ya se notaba esto mismo en el libro de los Proverbios y el Eclesiástico, pero aquí todavía más, subrayando su carácter divino. Se está preparando la venida de Jesús, la Palabra viviente de Dios.
Nosotros leemos este precioso elogio de la sabiduría pensando en Cristo Jesús: es el Maestro que Dios nos ha enviado, la Palabra misma, hecha persona: "la Palabra se hizo hombre". Él es la Sabiduría en persona. (La basílica de Santa Sofía en Constantinopla -actual Estambul- está dedicada a la "Santa Sabiduría", que es Cristo).
Tenemos que pedirle al Señor que asimilemos esta sabiduría de Dios cuando escuchamos la Palabra de Dios en las lecturas bíblicas, porque la sabiduría es un gran don que debemos desear. Una sabiduría que no sólo es sentido común y sensatez humana, sino también luz que impregne nuestra visión de las cosas y de los acontecimientos, viéndolo todo desde la mirada amorosa de Dios.
* Por eso el salmo nos vuelve a recordar el auténtico camino: "tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo; la explicación de tus palabras ilumina y da inteligencia a los ignorantes... enséñame tus leyes".
* Del texto evangélico: ante la curiosidad de querer saber cuándo va a suceder algo tan importante como la llegada del Reino de Dios, que preguntan los fariseos -obsesionados por la llegada de los tiempos que había anunciado el profeta Daniel-, Jesús no contesta directamente a esta clase de preguntas, (por ejemplo, recordemos otra parecida: ¿cuántos se salvarán?). Aprovecha, eso sí, para aclarar algunos aspectos. Por ejemplo, "que el Reino de Dios no vendrá espectacularmente" y que "el Reino de Dios está dentro de vosotros".
El Reino -los cielos nuevos y la tierra nueva que anunciaba Jesús- no tiene un estilo espectacular. Jesús lo ha comparado al fermento que actúa en lo escondido, a la semilla que es sepultada en tierra y va produciendo su fruto.
Recemos muchas veces la oración que Jesús nos enseñó: "venga a nosotros tu Reino".
Pero este Reino es imprevisible, está oculto, pero ya está actuando: en la Iglesia, en su Palabra, en los sacramentos, en la vitalidad de tantos y tantos cristianos que han creído en el Evangelio y lo van cumpliendo. Ya está presente en los humildes y sencillos: "bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos".
Tenemos que ver los signos de la cercanía y de la presencia de Dios en lo sencillo, en lo cotidiano.
El Reino está "dentro de nosotros". Y es que el Reino es el mismo Jesús. Al final de los tiempos, se manifestará en plenitud, pero que ya está en medio de nosotros, dentro de nosotros por la vida de la gracia santificante. Saboreemos esta palabras quienes tenemos la suerte de participar cada día en la Eucaristía: "el que me come, permanece en Mí, y Yo en él".
¡Santa María, alcánzanos saborear la presencia de Jesús en nuestras vidas, para que nos demos cuenta de la verdadera sabiduría! ¡Madre de Dios, trono de la Sabiduría, ruega por nosotros, que recurrimos a Ti!