¡VEN, SEÑOR JESÚS! Al comenzar el Adviento hacemos nuestro el grito esperanzado de los primeros cristianos. Ante un mundo que pasa, ante tantas ofertas de caducidad que atrapan los corazones y embotan las mentes, “alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”. Podríamos comenzar nuestra oración este domingo poniendo delante de Dios aquellas situaciones de dolor y de tinieblas que nos rodean y suplicar con esperanza: “A TI LEVANTO MI ALMA, ¡VEN, SEÑOR JESÚS!”.
Este primer domingo del Adviento nos habla de la segunda venida del Señor al final de los tiempos, la Parusía: “Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad”. La primera venida del Hijo de Dios se realizó en silencio, en Nazaret, encarnándose en el seno de María. Vivió en humildad, revelando la misericordia del Padre e instaurando el Reino de Dios en el mundo.
De su segunda venida, gloriosa y definitiva, nos dice el Catecismo: “El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido juntos en el curso de la historia” (681).
Meditando en esta verdad de nuestra fe, la Palabra de Dios nos sugiere tres disposiciones interiores, tres virtudes propias de esta primera semana de Adviento:
- Esperanza: mientras que aquellos que viven sin fe se estremecen de angustia ante las señales del fin de los tiempos, los creyentes no tienen miedo a la venida de Cristo, que será liberadora y manifestará el amor de Dios que triunfa del mal y de la muerte.
- Vigilancia: “estad siempre despiertos”; considerar este tiempo como una oportunidad de corresponder al amor de Dios y acelerar con nuestras obras la venida el Reino de Dios. Nos dice el Catecismo: “Cristo glorioso, al venir al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos, revelará la disposición secreta de los corazones y retribuirá a cada hombre según sus obras y según su aceptación o rechazo de la gracia” (682).
- Amor fraterno: San Pablo desea a los tesalonicenses que rebosen de amor mutuo, porque el amor fortalece internamente a los que esperan unidos la manifestación plena de Jesucristo. La unidad es fortaleza en la esperanza. Pedimos este don para vivir el Adviento siendo impulsores de amor fraterno en nuestras familias y comunidades.
La liturgia nos enseña a orar. Os invito a estar atentos a las referencias de la celebración de la Misa a la Parusía, la segunda venida de Cristo. Aquí tenemos una de ellas en la que la fe se convierte en oración esperanzada: cada día después del Padre nuestro, oramos así:
“Líbranos de todos los males Señor y concédenos la paz en nuestros días, para que vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador, Jesucristo”.
“TUYO ES EL REINO, TUYO EL PODER Y LA GLORIA POR SIEMPRE, SEÑOR”.