Hoy en nuestra oración nos unimos al recuerdo de la figura del Padre Eduardo Laforet, en el 25 aniversario de su muerte, o mejor aún, como le gustaba decir al P.Morales, de su nacimiento para la vida.
Hoy los cruzados y militantes de Santa María recordamos a este joven sacerdote que murió con 27 años, después de haber ofrecido su vida por la del Papa Juan Pablo II en el atentado del 13 de mayo. Y lo hacemos con un acto en Madrid, con la eucaristía, la presentación de un libro y un audiovisual sobre su vida.
Porque su vida es una llamada a la entrega incondicional, al amor a la Iglesia en la persona del Papa, a abrazar la cruz. Y este aniversario es también, de forma muy especial, un canto a la vida verdadera, a la vida eterna. Porque Eduardo, hace veinticinco años no murió, sino que empezó a vivir.
INVOCAMOS al Espíritu Santo y le pedimos que sea también para nosotros el Dios de la vida, de la verdadera vida.
LEEMOS el evangelio y nos quedamos con la frase última de Jesús:
Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»
Sí, los muertos resucitan, y Dios es el Dios de la vida.
Y en esa lista de nombres, ‘Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob… también podemos incluir … Dios del Padre Eduardo Laforet…, Dios de todos los que han vivido hasta ahora… y con vértigo caigo en la cuenta de que también me puedo incluir a mí en esa lista, porque también es … Dios mío.
Dios nos crea definitivamente, no para caer en el vacío del sinsentido, de la inexistencia, de la nada después de la muerte. Dios nos crea para la vida y ésta que vivimos ahora, la terrenal, es apenas el comienzo de la que vamos a vivir toda la eternidad.
Y Dios, que nos ha creado personalmente, únicos e irrepetibles, también nos ama a cada uno de una manera personal, única e irrepetible, con nuestro propio nombre. Y se convierte en nuestro Dios. El Dios de Abraham, es el Dios mío también.
¡Dios me regala la vida y se me regala a sí mismo con esa vida!
QUIEN PIERDA SU VIDA LA GANARÁ… resuena hoy en nuestro recuerdo al contemplar la figura de Eduardo. Porque la vida que Dios nos regala no es para quedárnosla avariciosamente nosotros, sino para darla a manos llenas, sin reservarnos nada.
La vida es como el pan del maná que Dios daba al pueblo de Israel en su travesía por el desierto. Si se lo guardaban se les pudría. Y es también como ese otro pan, el eucarístico. Hemos de dar la vida, repartirnos, entregarnos, dejarnos comer, como hizo Jesús, como nos ordenó que hiciésemos. ‘Haced vosotros esto mismo’.
En este año sacerdotal, en el recuerdo de Eduardo y de su entrega, rezamos y meditamos: ¿Qué quieres Señor de mí? ¿Cómo quieres que te entregue mi vida? ¡Sé, Tú, Señor, el Dios de mi vida!