Puntos para la oración 26 noviembre 2009

* 1ª lectura:

Dios salvó a Daniel de los leones.

La descripción tan detallada del profeta Daniel tiene varios aspectos de la fidelidad amorosa de Dios -asi lo aplicamos en la breve explicación- en los momentos más diversos de nuestra vida:

-“Daniel fue sorprendido orando y suplicando a su Dios”. El que aspira a ser buen cristiano pone en el encuentro con Dios por la oración uno de los momentos más importantes de su vida diaria. Porque ora es fiel a su Dios. Quien se ha rendido en su oración, se ha rendido en su vida cristiana.

-Daniel es acusado de no adorar al rey como único dios. El endiosamiento de los hombres poderosos -”ídolos con pies de barro”- lo palpamos en nuestros dias, como a lo largo de toda la historia. Nuestro Dios es el único Dios y Señor, a Quien hay que amar con todo el corazón, con todas nuestras fuerzas, con todo nuestro ser, con toda nuestra vida. Así pues, es único e incompatible con otras “divinidades” (“diosecillos” que diría nuestro querido P. Morales).

-Daniel, lanzado al foso, es custodiado por un ángel de Dios. La providencia amorosa del Señor se encarga, según el relato, de apaciguar a las fieras, para que de ese modo hasta el rey Darío tenga que confesar su error y reconocer la grandeza del Dios de Daniel, del Dios de Israel.

* El texto del Evangelio es continuidad del leído en días anteriores.

Jesús nos anuncia el cataclismo final del mundo. Y la forma literaria en que lo hace tiene muchas referencias a los fenómenos de tormentas, huracanes, temblores de tierra que hacen palidecer de miedo y salir a los descampados para liberarse de obstáculos urbanos. Todo eso son imágenes, modos de hablar. En realidad, nada sabemos sobre el fin del mundo.

Jesucristo no nos reveló nada concreto al respecto. Por tanto, lo que ha querido es sugerirnos que, ante la obligada ignorancia que no permite hacer componendas, vivamos honradamente como hijos fieles a Dios, a la verdad, a la caridad, a la conciencia...“Estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre”... “estad en vela”...”permaneced en mi amor”.

Nos fijamos en las últimas palabras: «Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28). El núcleo del mensaje de estos últimos días del año litúrgico no es el miedo, sino la esperanza de la futura liberación, es decir, la esperanza completamente cristiana de alcanzar la plenitud de vida con el Señor, en la que participarán también nuestro cuerpo y el mundo que nos rodea. Los acontecimientos que se nos narran tan dramáticamente quieren indicar de modo simbólico la participación de toda la creación en la segunda venida del Señor, como ya participaron en la primera venida, especialmente en el momento de su Pasión, cuando se oscureció el cielo y tembló la tierra. La dimensión cósmica no quedará abandonada al final de los tiempos, ya que es una dimensión que acompaña al hombre desde que entró en el Paraíso.

La esperanza del cristiano no es engañosa, porque cuando empiecen a suceder estas cosas —nos dice el Señor mismo— «entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,27). No vivamos angustiados ante la segunda venida del Señor, su Parusía: meditemos, mejor, las profundas palabras de san Agustín que, ya en su época, al ver a los cristianos atemorizados ante el retorno del Señor, se pregunta: «¿Cómo puede la Esposa tener miedo de su Esposo?».

¡Santa María Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, enamóranos de Jesús, compadécete de nosotros y prepara nuestros corazones para la venida del Señor!

¡Madre, ruega por nosotros...ahora... y en la hora de nuestra muerte! Amén.

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