Preparando el corazón para orar: Hoy es Domingo, día del Señor; uno de los últimos domingos del Año litúrgico, en los que la Iglesia quiere que meditemos en la esperanza en la vida eterna. En la Carta Apostólica que el Papa Juan Pablo II escribió sobre el domingo nos dice que cada domingo es una llamada a darnos cuenta de que caminamos hacia el cielo: “El domingo es el preanuncio incesante de la vida sin fin que reanima la esperanza de los cristianos y los alienta en su camino… La celebración del domingo proyecta hacia el cristiano hacia la meta de la vida eterna” (Dies Domini, 26). Comencemos nuestra oración pidiendo a María, Madre de la santa esperanza, que nos conceda vivir este Día del Señor y toda nuestra vida a la luz de vida dichosa que nos espera.
Puntos de oración: de la Mesa abundante de la Palabra de Dios tomamos el alimento de nuestra fe y de nuestra esperanza:
“Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad”. Nos viene en seguida al recuerdo la vida y el mensaje del P. Eduardo Laforet, en el XXV aniversario de su partida al cielo: él se veía a sí mismo como una estrella que cruza el cielo sin detenerse en la tierra con una sola misión: llevar la luz resplandeciente de Cristo. No sólo se definía a sí mismo, sino también a todo cruzado y militante. Hemos de formar con nuestras vidas unidas una constelación de estrellas que iluminen la fría noche de este momento de la historia con una sola luz: la de Cristo. Pedimos a Eduardo que nos ayude a seguir su estela.
“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”. Jesús nos invita a confiar en su Palabra, esa Palabra creadora que ha hecho los cielos y la tierra sacándolos de la nada. Por eso, la Palabra de Dios es sólida, es la verdadera realidad sobre la que podemos fundar nuestra vida. Sin duda Jesús, al decir estas palabras recordaba una expresión del salmo 118 que dice así: “Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo, igual que fundaste la tierra y permanece”. Muchas veces oímos decir: “sólo creo lo que veo”, como si la materia, lo que se puede tocar, fuera la realidad más sólida y segura. En realidad, quien construye sólo sobre lo visible, sobre lo material, sobre el dinero, construye sobre arena. Todo eso pasa y perece. Lo vemos ahora con la crisis económica: el dinero de los bancos resulta que no era nada y todo se viene abajo. Sólo la Palabra de Dios es fundamento de la realidad. Realista es quien construye su vida sobre este fundamento que permanece para siempre. Podemos pensar en este momento en esas Palabras de Dios que han sido como rocas que nos han sostenido en momentos concretos de la vida en que parecía que el suelo se tambaleaba a nuestros pies; la palabra de Dios nos ha socorrido y nos ha dado vida.
Para prolongar la oración: “Sabed que Él está cerca, a la puerta”. ¡Qué consoladora es esta palabra de Jesús! Tengamos un corazón vigilante, atento, para percibir el rumor de la presencia de Jesús a nuestro lado, el sonido de los nudillos de su mano tocando nuestras puertas. Viene escondido detrás de la blancura del pan de la Eucaristía, de la entrega de los sacerdotes, del rostro apagado de los tristes… Vendrá en el momento de la muerte para ser nuestra Vida. ¡Madre de la santa esperanza: ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte!