Al comienzo del tiempo de Adviento nos encontramos con un evangelio claramente vocacional. Es un breve texto del que, sin embargo, podemos sacar muchas ideas. Vamos a ir reflexionando desgranando algunos versículos. Dice el texto: “…pasando Jesús junto al lago de Galilea”. Es decir: es el Señor el que se acerca, el que toma la iniciativa, el que me busca. No fui yo el que fue a buscarle, fue Él, el que se acerca a mi vida, el que pasa junto a mí, el que se asoma a mi existencia.
Y estando allí es cuando: “vio a dos hermanos…, y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos…”. Alguien dijo alguna vez que los hombres no se salvan solos, sino que nos salvamos en racimos. De la misma manera podemos decir que Dios no llama a una vocación en solitario (salvo excepciones) sino que una vocación suele florecer en un grupo, en una familia, en una parroquia, o en un movimiento, en el que los llamados se apoyan y se confirman mutuamente en la propia llamada. Porque ésta, no es para sí mismo, es una llamada para darse a los demás.
Y ¿dónde y cómo se suele dar esa llamada? En el caso de los cuatro apóstoles del evangelio de hoy, los dos primeros: “estaban echando el copo* en el lago” los dos segundos: “estaban en la barca repasando las redes” Esto nos muestra cómo Dios se hace presente en las faenas de la vida diaria, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en el día a día. Si eran pescadores, estando en el lago, repasando las redes; si eres estudiante en el instituto o la facultad; en las canchas de deporte, en la oficina, en la fábrica, en la amistad, en la montaña o en el metro. Entre los pucheros también anda el Señor, decía Santa Teresa.
Y ¿cómo fue esa llamada?, pues como un doble movimiento. Les dijo: “Venid y seguidme”. Primero venid a Mí, y luego seguidme. Es decir venid donde estoy Yo, pero esto no es suficiente porque la llamada no es algo que sucede en un momento de la vida, y ya está. Es un comienzo, un camino, una aventura que se desarrolla a lo largo del tiempo. La llamada no es estática, sino dinámica, porque es un camino de crecimiento tras las huellas del Señor a quien seguimos.
Y ¿cómo fue la respuesta? Pues dice el Evangelio que: “Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”. Y también que: “inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron”. Es decir, inmediatamente. La llamada del Señor no admite demoras, y además es una llamada total y completa que implica también estar dispuesto a dejarlo todo: barca, redes, padre…, es decir, profesión, riquezas, familia… para mejor seguirle.
Y sin embargo, a pesar de ser algo inmediato que implica estar dispuesto a empobrecerse, a desprenderse de cosas y personas, la llamada de Dios nunca es empobrecedora, nunca hará daño al que es llamado, porque supone la plenitud de aquél que antes de ser llamado fue amado. El Señor les dijo: “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Eran pescadores y lo seguirán siendo, pero ahora serán pescadores de hombres. Su vocación humana adquiere una dimensión sobrenatural mucho más amplia y grandiosa, que sin anular su naturaleza les hace trascender los estrechos planteamientos de un simple pescador de un minúsculo lago perdido en Galilea, una olvidada región del Imperio. Como Nos decía Benedicto XVI en aquella soleada mañana del 24 de abril de 2005 en la que inauguraba su Pontificado: “Hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo”
*“Echar el copo”: red con forma de media luna, con dos bandas y un copo en el centro. Un cabo de la red quedaba en tierra mientras que con la barca se trazaba un semicírculo y llegaba con el otro extremo a una distancia de 100 metros. Ya en tierra, los pescadores iban recogiendo la red a mano. Esta operación se repetía a primeras horas de la mañana, varias veces seguidas.