Ayer, 10 de mayo, celebramos la festividad de san Juan de Ávila, que será próximamente declarado Doctor de la Iglesia. Estando Abelardo tan enamorado de su persona y doctrina, merece la pena traer a nuestra consideración una breve carta espiritual que dirige el apóstol de Andalucía a uno de sus discípulos. Dice así:
“Hermano mío y mi hijo por el Evangelio, y ¡quién pudiese tener mil millones de lenguas para pregonar por todas las partes quién es Jesucristo! ¡Cuan paciente es para con nosotros Jesucristo! ¡Cuan paciente es en nuestras ofensas, cuan piadoso en llamar a los que van perdidos, cuan fuerte en mudarles los corazones, cuan blando en recibirlos cuando van a El, cuan madre en curar las llagas que, por apartarse de El, se hicieron, y cuan padre en los proveer, guiar y favorecer! ¡Qué diré de la corona que tiene aparejada, ataviada de gloria, a los que merecían, por las malas obras, cadenas de infierno! Ángeles da por compañeros a quien merecía demonios, y dice que le verán los ojos, que no son dignos de mirar la más pequeña de las sus criaturas. ¿Qué diremos de estas cosas y de este Señor? Amemos, hermano, a tan buen Padre, pues El primero y tan de verdad nos amó; sirvamos con todos nosotros a quien con todo El nos amó y sirvió; tornémonos polvo y ceniza, que así lo hizo El por nosotros. El se contentó con nuestro provecho; seamos contentos nosotros con su honra; su voluntad busquemos, y, hallada, amémosla; y pues no ha dudado de recibirnos en el número de sus pequeños, preciémonos de servirle y de ser despreciados por El; no demos lugar alguno a poner mancha en nuestra honra, que es la limpieza de nuestra ánima.
El, por las riquezas de su bondad, guarde esa ánima que redimió por su sangre, y tenga siempre los ojos de su misericordia puestos sobre ella. Amén”.