Celebramos hoy la fiesta de María Auxiliadora. Ella será nuestra valedora para iniciar la oración. El evangelio nos ofrece el final de la oración sacerdotal de Jesús, en la cual el Señor abre su alma en oración al Padre, y nos comunica tres de sus deseos más profundos. Pidamos luz al Espíritu Santo para que en la oración avive nuestra fe, reanime nuestra esperanza y encienda nuestro amor, para que nos adentremos en los deseos de Jesús, de modo que conociéndole más le amemos y le sigamos.
1. El deseo de la unidad. “Como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno”. En el pensamiento y en el corazón de Jesús formamos una red estrechamente entretejida: en esa trama del amor del Padre y el Hijo, estamos entrelazados cada uno de nosotros, como las células en un tejido, como los hilos en un tapiz. Y en la belleza que desprende, como un aroma, la unidad, los que nos vean conocerán el amor que Dios nos tiene: “que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado”.
Si cada uno de nosotros está unido en el amor de Jesús y del Padre, como consecuencia, estaremos unidos entre nosotros. Me gusta considerar que en el momento de la comunión, cuando estamos unidos íntimamente al Señor, permanecemos unidos también entre nosotros, aquí en la tierra, pero también con los que han llegado ya a la meta. Como cantamos en la comunión: “que nos encontremos al partir el pan, como Tú en el Padre, como el Padre en Ti, todos como hermanos, unidos en Ti”. Que también nosotros deseemos vivamente la unidad, y no fomentemos divisiones ni exclusiones.
2. El deseo de que estemos con Él. “Padre, éste es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria”.
a) Somos de Jesús. La traducción “los que me has dado” que hace la Conferencia Episcopal Española es más explícita que “los que me confiaste”. ¡Somos posesión de Jesús! ¡Qué confianza nos da esto! No solo saberlo, sino, sobre todo, vivirlo. Somos más del Señor que un hijo lo es de su madre. El otro día, por la calle, escuché a una madre que decía a su hija de unos cuatro años que corría despreocupada unos metros delante de ella: “no te vayas lejos, mi vida, que si te pasa algo yo me muero...” ¿Qué diría Jesús?
b) Queremos estar con Jesús y contemplar su gloria. Cuando programamos una excursión a una ciudad que nunca hemos visitado, deseamos saber por adelantado qué podremos encontrar, ver, disfrutar allí... Pues bien, como cantamos en Gredos: “nuestra vida camina hacia la altura de un dichoso y riente paraíso, que es la vida una excursión que va a la eterna mansión”. Pidámosle a Jesús que nos muestre un pedacito de Cielo. Deducimos de las palabras del evangelio que el Cielo consiste en estar con Jesús y contemplar su gloria... Por eso podemos “como adelantar” el Cielo estando ya -desde ahora y siempre- con Jesús y contemplando su gloria...
3. El deseo de estar en nosotros en el amor. “Que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos”. Jesús es el Emmanuel, el Dios con nosotros, más aún: el Dios en nosotros. Y Jesús pide al Padre estar con y en nosotros. Y su oración fue escuchada. En la despedida antes de la ascensión nos dirá: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra (...) Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos” (Mt 28, 18.21). Que también deseemos que Jesús esté en nosotros, y que seamos inundados por el amor del Padre al Hijo, y del Hijo al Padre: ese Amor que es el Espíritu Santo.
Oración final. Santa María Auxiliadora, abogada y mediadora nuestra. Tú que eres hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo, haz que correspondamos a los deseos íntimos de Jesús. Que deseemos estar en Jesús y contemplar su gloria, y que vivamos ya desde ahora y para siempre en la unidad y en el amor de la Trinidad.