Rezamos hoy, primer día después de haber recibido el Espíritu Santo, pidiéndole a este que nos mantenga en su fuego, en su ardor, durante todo el año. Que no perdamos esa fuerza recibida, que no se nos olvide que es el propio Espíritu quien nos ayuda a rezar cada día. Le pedimos también que nos explique bien todo lo que Jesucristo nos quiso decir en su Evangelio. Somos a veces torpes para entender, así que, le pedimos que nos haga más hábiles.
En la primera lectura nos dice san Pedro la palabra clave del tiempo de Resurrección: “Alegraos…” Pues a ello, alegrarnos de que la fuerza de Dios nos guarda para nuestra salvación en el momento final. ¡Qué suerte saber que ya estamos salvados y que lo único que tenemos que hacer es aceptar esa salvación!
Y es que el Señor siempre recuerda su alianza, y como nos prometió la redención, no se le olvida que la tiene que hacer con cada hombre y mujer de este mundo. Nos viene bien recordarlo nosotros mismos, pero también le vendría bien a todos los demás hombres y mujeres de ese mundo, y ¿quién si no nosotros se lo tenemos que anunciar? Podemos rezar un rato pensando en nuestros amigos, familiares y conocidos que necesitan de ese anuncio. También podemos rezar y pensar en países lejanos donde aún no ha llegado el mensaje de la redención. ¿Quizá Dios nos llame a alguno de nosotros a ir a esos lugares?
En este sentido está la lectura del evangelio de hoy. Un joven que quiere algo más que cumplir meramente con lo de siempre, con lo que aprendió de pequeño. Un joven al que se le queda pequeño esto, pero al que en cuanto se le pide un poco más se echa para atrás.
Jesucristo, el maestro, nuestro maestro, le dice (-nos dice-): - “Solo una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”
Si a lo largo de la oración hemos ido sintiendo el deseo de hacer más por Cristo y con Cristo, al oír estas palabras tenemos que estar deseando poder decir un SÍ, con mayúsculas.
Este debe ser el fruto de este rato de oración, que nos gocemos en recibir del Señor esta llamada. Que nos gocemos en oír de nuestros propios labios la respuesta afirmativa. Que nos gocemos en mirar el gozo de nuestro Señor Jesucristo al oír nuestra respuesta… Que nos gocemos… Alegrarnos…
¡Oye, que luego ya dirá Dios en qué se concreta esa llamada a seguirle!, pero de momento yo le digo que SÍ, que por supuesto quiero seguirle, que cuente conmigo.
Ven Espíritu Santo, sigue encendiendo el fuego del amor de Cristo en mí.