Hoy celebramos a San Isidro labrador. Su ejemplo y su intercesión nos van a ayudar a hacer nuestra oración en este día. En la oración de la misa le decimos al Señor que nos ha dejado en la humildad y sencillez de san Isidro labrador un ejemplo de vida escondida con Cristo en Dios. El P. Tomás morales nos habla de él así:
“Una vida oculta con Cristo en Dios que nos arrastra. Una vida humilde y sencilla que pone la santidad al alcance de todos. Esposo y padre, santifica la vida del hogar. Bautizado de a pie, ni sacerdote ni religioso, se ofrece casi noventa años por la santidad del trabajo y de la familia. Nos enseña a hacer del "trabajo de cada día plegaria de alabanza que humanice nuestro mundo" (oración de la misa)”.
“El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada”. Estas palabras del evangelio las hallamos hechas vida en san Isidro, en su trabajo paciente del campo unido a Dios. Muchos siglos atrás, san Benito había hecho del ORA ET LABORA, “ora y trabaja”, el cimiento de una Europa cristiana. Nuevamente el P. Morales ve este ideal encarnado en la vida ordinaria de trabajo de este labrador enamorado de Dios: “Ora et labora. Estas dos palabras sintetizan su vida audaz. Oraba mientras hundía la vertedera del arado en los surcos. Rezaba su tarea, como aconsejaba Teresa de Calcula a sus hijas. Era contemplativo en la acción. Labrando la tierra se encendía en amor. Gotas ardientes de sudor surcaban su noble frente, y se confundían con lágrimas del corazón que adoraba a Dios.”
REZAR LA TAREA, un buen programa para nuestra vida de cada día. Para ello nos ha de ayudar imitar a San Isidro, que se levantaba muy de madrugada. Nunca empezaba su día de trabajo sin haber asistido antes a la Santa Misa.
“Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. Consideramos dichosos a los que sufren con paciencia”. San Isidro también fue blanco de críticas y de envidias por su vida de piedad. Sus compañeros le acusaban de descuidar el trabajo. Otros labradores le contaron a su patrón de que Isidro no realizaba su tarea, porque dejaba de trabajar por rezar. Don Juan de Vargas va a ver esto y si es necesario regañarlo. Asombrado vio que los ángeles lo reemplazaban en el arado, y en otra ocasión vio dos pares de bueyes más, blancos como la nieve arando a cada lado de Isidro. San Isidro nos enseña a ocuparnos de las cosas de Dios, de modo que Dios no abandona a quien busca primero el Reino de Dios y su justicia.
Los campos que nuestro santo araba hoy son calles y plazas de la abigarrada capital de España. Diríamos que su siembra paciente ha germinado en una gran ciudad a la que protege como patrón, la ciudad en la que muchos santos y obras de Dios verían la luz, como nuestra Cruzada-Milicia, surgida bajo la mirada maternal de la Virgen. El ejemplo de San Isidro, tan cercano, nos impulsa a ser en medio de una masa descreída como la levadura escondida que la hace fermentar con el cumplimiento alegre del deber de cada día. Su mujer, también santa como él, santa María de la Cabeza, compartía su vida de piedad y de amor a los pobres. Los frutos de su trabajo los repartían en tres partes: para el templo, para los pobres y para ellos. El día del Señor Isidro comenzaba dedicándolo a Dios en la oración y la alabanza, después se dedicaba a visitar pobres y enfermos y por la tarde paseaba con su mujer y con su hijo, Illán. Una familia que era una pequeña Iglesia doméstica.
Pidamos al Virgen en este mes que sepamos hacer nuestro el testimonio de san Isidro y de la familia cristiana por él formada, cumpliendo lo que el Santo padre Benedicto XVI dijo en su visita a Fátima en mayo de 2010:
“En nuestro tiempo, cuando en extensas regiones de la tierra la fe corre el riesgo de apagarse como una llama que se extingue, la prioridad más importante de todas es hacer a Dios presente en este mundo y facilitar a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que ha hablado en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor hasta el extremo (cf. Jn 13, 1), en Cristo crucificado y resucitado. Queridos hermanos y hermanas, adorad en vuestros corazones a Cristo Señor (cf. 1 P 3, 15). No tengáis miedo de hablar de Dios y de mostrar sin complejos los signos de la fe, haciendo resplandecer a los ojos de vuestros contemporáneos la luz de Cristo que, como canta la Iglesia en la noche de la Vigilia Pascual, engendra a la humanidad como familia de Dios”.