*Primera lectura: “¡Pablo, ven a Macedonia y ayúdanos…!” ¡Misioneros, cristianos!, llegad hasta nosotros, traednos la Luz y la Verdad. Sed sal de la tierra y luz del mundo.
Con esas palabras se pone hoy en primer plano de la celebración la llamada del Señor a la evangelización y al esfuerzo que ella comporta. Más aún, ahora, a la nueva evangelización.
Pablo, en visión nocturna, escuchó el grito de un gentil macedonio: no pierdas el tiempo, aquí te necesitamos y te esperamos; ven.
Nosotros podemos percibir también en nuestras noches de soledad, sinceridad y discernimiento, la voz de los que sufren, la voz de los signos de los tiempos: no durmáis en el conformismo; no estéis apegados al confort del primer mundo y sus intereses; muchos corazones heridos necesitan el consuelo y la paz de Cristo Resucitado, de Cristo salvador del hombre que revela el hombre al propio hombre.
*Salmo: Reconocemos que el Señor es Dios, que Él nos hizo y somos suyos, que somos su pueblo y su rebaño. Es Él quien va al frente de nosotros; Él es quien nos alimenta con su Palabra, con las diversas acciones litúrgicas y con el amor fraterno. Es Él quien nos envía, en su Nombre, no sólo a proclamar, sino a llevar el Evangelio de la gracia a todas las naciones, para que, quien lo acepte y viva comprometido con él, tenga vida eterna. Así Dios nos manifiesta su bondad, su misericordia y su fidelidad. Quienes creemos en Él debemos vivir también esa fidelidad a su amor, manifestando con nuestras buenas obras que realmente Dios vive en nosotros y nosotros en Él.
* Evangelio: nos ayuda este texto de San Cipriano (hacia 200-258) obispo de Cartago, mártir.
Carta 56, 1-9
“...no pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué del mundo, por eso el mundo os odia”. (Jn 15,19)
El Señor quiere que nos alegremos, que saltemos de gozo cuando nos vemos perseguidos (Mt 5,12), porque cuando hay persecución es cuando se merece la corona de la fe. (Sant 1,12). Es entonces cuando los soldados de Cristo se manifiestan en la pruebas, entonces se abren los cielos a sus testigos. No combatimos en la filas de Dios para tener una vida tranquila, para esquivar el servicio, cuando el Maestro de la humildad, de la paciencia y del sufrimiento llevó el mismo combate antes que nosotros. Lo que él ha enseñado lo ha cumplido antes, y si nos exhorta a mantenernos firmes en la lucha es porque él mismo ha sufrido antes que nosotros y por nosotros.
Para participar en las competiciones del estadio, uno tiene que entrenarse y ejercitarse y se considera feliz si bajo la mirada de la multitud le entregan el premio. Pero aquí hay una competición más noble y deslumbrante. Dios mismo mira nuestro combate, nos mira como hijos suyos y él mismo nos entrega el premio celestial. (1 Cor 9,25) Los ángeles nos miran, nos mira Cristo y nos asiste. Pertrechémonos con todas nuestra fuerzas, libremos el buen combate con un ánimo animoso y una fe sincera.
Oración final:
Dios todopoderoso, confírmanos en la fe de los misterios que celebramos, y, pues confesamos a tu Hijo Jesucristo, nacido de la Virgen, Dios y hombre verdadero, te rogamos que por la fuerza salvadora de su resurrección merezcamos llegar a las alegrías eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.