Jn 16, 20 – 23
“NADIE OS QUITARÁ VUESTRA ALEGRÍA”
Iniciar nuestra oración pensando cómo Dios me está esperando, me mira complacido y sentir la mirada que un día le regaló al joven rico “fijando en él la mirada lo amó”.
El evangelio de hoy comienza anunciándoles a sus discípulos una vez más, su partida: “Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría”. Se trata de una alegría que surge triunfante del dolor. Para expresarla se sirve Jesús de una breve parábola, sacada de la experiencia del nacimiento de un ser humano. “La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre”. Según la mentalidad judía que reflejan los evangelios, al día final del Señor precederá una gran tribulación para los elegidos, preludio de la alegría por la victoria final, lo mismo que los dolores del parto dan paso al gozo de una nueva vida.
La tristeza de los discípulos tendrá un doble motivo de dolor: la partida de Jesús en su muerte y las tribulaciones que Él les ha predicho. Igualmente la alegría que seguirá tiene una doble causa: la victoria de Cristo sobre la muerte en la resurrección y la presencia duradera del Señor con nosotros, si bien esta alegría no excluye el dolor impuesto por el odio del mundo.
La muerte de Cristo supuso un doloroso parto de un hombre nuevo mediante la resurrección. Jesús fue el grano de trigo que, muriendo en el surco, dio espléndida cosecha de vida nueva según el proyecto del Padre. En esa vida nueva reside la alegría que nadie podrá arrebatar a los que son de Cristo. Un gozo que ya nos está concediendo en las apariciones pascuales y que continuará con la venida del Espíritu Santo, que hace presente Jesús.
En este mes de mayo dedicado a la Virgen María debemos vivir nosotros junto a Ella la preparación de la venida del Espíritu Santo en este nuevo Pentecostés del día 27 de este mes. Este mismo Espíritu que alentó en Jesús su conciencia de Hijo de Dios, es el mismo Espíritu que nos da a nosotros la alegre conciencia de nuestra adopción de hijos de Dios.
Al final de nuestra oración darle gracias al Señor por tanto bien recibido y suplicarle que nos preparemos para recibir al Espíritu Santo para poder ir por todo el mundo anunciando la Buena Nueva que es Cristo Resucitado.