Al comenzar hoy la meditación en este segundo día del mes de mayo - que en la tradición católica, se dedica a honrar a la Madre de Dios- nos sentamos junto a María como ella lo hizo tantas veces en el hogar de Nazaret junto a su Hijo y agarrados de su mano, escuchemos el latir de su corazón al ritmo de las palabras y de los gestos del Evangelio.
Celebramos hoy la memoria de San Atanasio (años: 295-373): Era un hombre pequeño de estatura, de constitución más bien débil, pero de porte firme. "Un luchador, pastor consumado, espíritu despierto, con un ojo abierto a la tradición cristiana, a los acontecimientos y a los hombres, carácter indomable, a la vez que simpático." (Historie ancienne de l´Eglise II, 168). La liturgia sobre el santo, nos lo presenta como “un preclaro defensor de la divinidad de Jesús”(oración colecta) y nos invita a pedirle en su día la fortalezca que emana de su doctrina para que conociendo más al Señor le amemos mejor.
Del Evangelio según San Juan 12,44-50:
Y Jesús nos dice: “El que cree en mí, no cree (solo) en mí, sino (también) en el que me ha enviado”. Jesús afirma la unidad de fe que hay entre Él y el Padre. Todo el que mira, escucha o se acerca a Jesús con fe, ve, escucha y se pone en contacto con Dios. Por eso también afirma: “Yo he venido al mundo como luz”. Cristo es sobre todo la luz que muestra al Padre y lo revela. Jesús es el testigo fiel que no habla por su propia cuenta sino que dice y hace todo lo que le ha encomendado su Padre. Sin embargo, a pesar de tanta claridad, algunos no ven al Otro que está junto a Jesús y por lo tanto no hacen caso de sus palabras. En este caso Jesús no condena a esas personas pues esa no es su misión. Él ha venido para iluminar, traslucir, mostrar…; y para guiar y acompañar a todo hombre hacia el encuentro con Dios.
A veces, nos sucede que no vemos a Dios, ni tampoco vemos a Jesús y eso que Él no está lejos de nosotros. Pues, si es así, en este mes y siempre miremos a María. Ella nos llevará hasta su Hijo, esa es su misión. Esta es la fe de la Iglesia que tan acertadamente ha expresado el papa así: “Todo ha venido de Cristo, incluso María; todo ha venido por María, incluso Cristo”. (Benedicto XVI)
Para terminar nuestra oración, nos dirigimos a la Virgen y nos acogemos a Ella. Podemos recitar lentamente alguna oración de consagración a María, por ejemplo, la parte final de la oración de San Luis María Grignion de Montfort:
“¡Oh Corazón Inmaculado de María, Madre admirable! Presentadme a vuestro Hijo en calidad de eterno esclavo, a fin de que, pues me rescató por Vos, me reciba de vuestras manos. ¡Oh Madre de misericordia!, concededme la gracia de alcanzar la verdadera sabiduría de Dios, y de colocarme, por tanto, entre los que Vos amáis, enseñáis, guiáis, alimentáis y protegéis como a vuestros hijos y esclavos. ¡Oh Virgen fiel! Hacedme en todo tan perfecto discípulo, imitador y esclavo de la Sabiduría encarnada, Jesucristo, vuestro Hijo, que por vuestra intercesión llegue, a imitación vuestra, a la plenitud de la perfección sobre la tierra y de gloria en los cielos. Amén.