* Primera lectura: El último pasaje de los Hechos que leemos resume los dos años que Pablo estuvo en Roma en su primer cautiverio. En Roma estaba alojado en una casa, con un arresto domiciliario vigilado. Pero nadie le impedía hacer lo que él siempre había desead: evangelizar, anunciar a Cristo Jesús. Y ahora precisamente en el centro del imperio y del mundo: Roma.
Llamó ante todo a los principales de los judíos, ante los que se justificó y les dio su versión del proceso que había tenido lugar en Jerusalén contra él. Pero también predicó a otros muchos, «enseñando la vida del Señor Jesucristo con toda libertad».
No fue en este cautiverio en Roma cuando dio testimonio con su muerte. Tras ser liberado, visitó otras comunidades y seguramente viajó a España, como ya había anunciado que iba a hacer. En una segunda detención en Roma es cuando su confesión de Cristo terminó en el martirio, hacia el año 67.
Es incansable este apóstol. La fe inquebrantable que tiene en Jesús le mueve en todo momento y da sentido a toda su actuación. Y cuando se trata, no de sus derechos personales, sino de la evangelización, se defiende con inteligencia, para que la Palabra no quede nunca encadenada.
Así también nosotros, al final de la Pascua, y en vísperas de recibir de nuevo la gracia del Espíritu en la fiesta de Pentecostés, pidamos al Señor mayor generosidad y decisión en nuestra vida de cristianos, en nuestro seguimiento de Jesús, el Señor Resucitado.
* Salmo responsorial: Dios se deleita en los justos, a quienes ve como a sus hijos amados en quienes Él se complace. Pero no se olvida de los pecadores. Él no quiere castigar ni destruir al pecador sino que se convierta y viva. En su gran amor hacia nosotros nos envió a su propio Hijo, para el perdón de nuestros pecados y para hacernos participar de su Vida y de su Espíritu, haciéndonos así hijos suyos. Aprovechemos este tiempo de gracia del Señor, pues Él ha venido a buscar y a salvar todo lo que se había perdido; Él es el Buen Pastor que busca la oveja descarriada, hasta encontrarla para llevarla sobre sus hombros de vuelta al redil.
* Evangelio: Dijo Jesús a Pedro: sígueme. En los versículos anteriores, Pedro había recibido una insinuación de Jesús sobre su futuro personal: sería, por el martirio, testigo de Jesús. A partir de esta insinuación de Jesús, Pedro entró en curiosidad para saber el futuro de Juan, su compañero. Por eso la respuesta de Jesús a Pedro, sobre el destino de Juan, es sabia. No se lo revela. De esta manera Pedro, frente a cualquier hermano, queda abierto al amor, al servicio, a la ayuda diaria que hay que prestar, sin saber el camino que tomará la historia. Dios es el Señor de la historia y en sus manos están nuestras vidas. El querer saber sobre el futuro enfría o destruye al amor. Es mejor que el amor esté vivo, aunque se tenga que vivir en incertidumbre. Pero es una incertidumbre esperanzada. Así se compromete más la libertad, se dan mayores posibilidades a la gracia y se abren siempre nuevos caminos al amor. Dios con su amor providente, hace que todo se convierta en bien para los que le aman (ver Romanos 8,28).
Oración final:
Dios todopoderoso, tú que inspiraste a la Virgen María, cuando llevaba en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a su prima Isabel, concédenos, te rogamos, que, dóciles al soplo del Espíritu, podamos, con María, cantar tus maravillas durante toda nuestra vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.