10 mayo 2013. Viernes de la sexta semana de Pascua – Puntos de oración

De las lecturas de hoy destacamos la alegría. En las palabras que pronuncia Jesús en el evangelio subyace la idea del sufrimiento como condición necesaria y lugar privilegiado de la alegría.

De esta alegría fue maestro y protagonista san Pablo. En medio de las persecuciones que le vienen a causa de la predicación del Evangelio, afirma: «Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones» (2 Cor 7,4). Siguiendo su ejemplo, los convertidos acogen «la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones» (1 Tes 1,6). Los ministros de la Palabra están «como tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos» (2 Cor 6,10).

Hoy como ayer, quien se compromete en el inmenso y minado campo de la difusión del evangelio seguramente encontrará grandes tribulaciones, pero tiene garantizada la alegría. Se trata de la alegría que procede de poner en el mundo un «hombre nuevo», de ver reconstruidas a personas destruidas, de volver a dar sentido y vitalidad a vidas marchitas y apagadas, de ver aparecer la sonrisa en rostros sin esperanza. Es la alegría de ver aparecer la vida allí donde sólo había ruinas. Ése es el milagro de la evangelización. ¿Por qué no superar el miedo al fracaso, para gozar de esta segurísima alegría, garantizada a los apóstoles generosos?

De todo esto nos da ejemplo magnífico el santo, santazo, que hoy celebramos, san Juan de Ávila, recientemente nombrado doctor de la Iglesia.

Lo llaman apóstol de Andalucía. ¡Cómo desplegó su espíritu misionero por tantos lugares, cómo supo alentar con su doctrina la fe y la vida de tantos cristianos! Verdadero maestro del espíritu, nos anima desde el cielo a acercarnos a la cruz de Cristo, a abrazarle, a descubrir en Él todo el amor de Dios que nos quiere en nuestra pequeñez y nuestra miseria, pero que nos llama, como a san Juan de Ávila, a ser sus testigos en medio del mundo.

Pidamos a nuestra Madre vivir en los acontecimientos de este día ese misterio de muerte y vida, de sufrimiento y alegría, que surge de la entrega generosa, del olvido de sí, del mirarla a Ella y no a nosotros mismos, de ver a Cristo en cada persona con la que nos cruzamos.

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