En el calendario litúrgico se nos
presenta hoy la figura de San Isidro. Un humilde labrador de finales del S. XI
que trabajó toda su vida en el campo como jornalero a las órdenes de su patrón
Juan Vargas.
La Iglesia destaca en este santo su gran
humildad y su manera de santificarse en el mundo. No hizo nada de
extraordinario, nada que no fuera vivir las virtudes cristianas en el
cumplimiento alegre de sus obligaciones, con Dios, con su trabajo como
agricultor, y con su familia.
En la oración colecta de la Misa de hoy
se recoge de manera sintética, todo lo que la Iglesia implora y aspira a
alcanzar por el ejemplo y la intercesión de San Isidro:
“Señor, Dios nuestro, que en la humildad
y sencillez de san Isidro labrador nos dejaste un ejemplo de vida escondida en
ti, con Cristo; concédenos que el trabajo de cada día humanice nuestro mundo y
sea al mismo tiempo plegaria de alabanza a tu nombre”.
La Iglesia nos propone hoy el camino de
la humildad y sencillez como un ejemplo a seguir. Nada nuevo, es verdad, pero
quizás nos resulta más cercano e imitable viéndolo encarnado en un laico como
muchos de nosotros, esposo y trabajador manual.
Me resulta especialmente curioso el
santo de hoy por dos motivos:
El primero, que sea un labrador el
patrón de una gran capital como es Madrid. Precisamente el patrón y protector
de los agricultores españoles es también el patrón de esa gran urbe que es la
capital de España. En una sociedad urbana como la nuestra, corremos el peligro
de despersonalizarnos en la masa, de diluirnos, de dejar de mirar a las cientos
de personas con los que nos cruzamos a diario en la calle, el autobús, el semáforo
o el metro, como lo que son, es decir personas, seres humanos. Una gran mayoría
de ellos hijos de Dios y, por tanto, hermanos nuestros. La tradición popular
recuerda la gran generosidad del pobre labrador para con los necesitados.
El segundo, que se haya humanizado y
santificado por el trabajo cotidiano. No descubrió ningún ventajoso sistema de
explotación de cultivos, ni diseñó un innovador sistema de canalización de agua
de riego, ni organizó los derechos de los trabajadores empleados a sueldo. La
tradición lo único que nos ha transmitido es su laboriosidad y su profundo
espíritu de oración. Un trabajo realizado con espíritu de oración es un trabajo
que humaniza. Frente al estrés del mundo laboral de hoy, desquiciado y
agresivo, la figura de San Isidro nos trae un poco de serenidad, de humanidad.
Ese es el reto que nos plantea hoy la Iglesia a los hombres y mujeres del
S.XXI, vivir el trabajo de cada día de modo que humanice nuestro mundo y sea al
mismo tiempo plegaria de alabanza.
El secreto está en la humildad y la
sencillez.