23 mayo 2013. Miércoles de la séptima semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

La lectura del libro del Eclesiástico, que estamos recorriendo esta semana nos va mostrando la sabiduría de Dios. En los puntos para la oración podemos centrarnos en la primera lectura de hoy. Pidamos luz al Espíritu Santo para que nos alcance uno de sus siete dones, precisamente el de Sabiduría, para que ahondemos en la Palabra de Dios y la saboreemos. 

La sabiduría, maestra y madre. La lectura nos presenta la sabiduría como una maestra y como una madre, que enseña a sus discípulos e hijos. La relación con la sabiduría (como con toda realidad educativa y materno-filial) es recíproca, es un diálogo. Fijémonos en los verbos de este pasaje. (a) La sabiduría instruye, estimula a sus hijos. Y (b) nosotros, como hijos-discípulos, hemos de amar, buscar, retener y servir a la sabiduría. La consecuencia de este diálogo es que alcanzamos así el favor, la gloria, la bendición y el amor de Dios. O como afirma el salmo responsorial (que es como un eco de la primera lectura), la paz: “mucha paz tienen los que aman tus leyes, Señor”. ¿Nos sentimos así, en los brazos de Dios, que nos cuida, que nos instruye, que nos estimula? ¿Le correspondemos con la búsqueda de su voluntad, con el “en todo amar y servir” ignaciano de los Ejercicios Espirituales? ¿Experimentamos su paz, esa paz que no puede dar el mundo, cuando vivimos buscando y uniéndonos a Dios mismo que es la Sabiduría?

María, discípula y maestra, hija y madre de la Sabiduría. Desde el siglo XII se refieren a la Virgen en las letanías los títulos de madre de la sabiduría, trono de la sabiduría, fuente de la sabiduría y casa de la sabiduría. ¡Qué sugerentes son todas estas imágenes! Podemos saborearlas en la oración y plantearnos por qué se las aplicamos en sentido propio a María.

María es madre de la Sabiduría, en doble sentido: biológico, porque Ella llevó en su seno y dio a luz a Jesucristo, la Sabiduría de Dios, y en sentido espiritual, porque acogió siempre la voluntad de Dios: “he aquí la esclava del Señor; hagáse en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Ella, como señaló san Agustín, llevó a Jesús antes en el corazón que en su seno.

Una de las actitudes de la sabiduría, como vimos, es la retención: “los que la retienen consiguen la gloria del Señor”. Y María es precisamente la mujer que "guarda y medita en su corazón" los misterios de la vida de Jesús (cf. Lc. 2, 19 y 51). Ella, invadida por la sabiduría del Padre, capta y saborea desde la fe el plan amoroso de Dios, y prorrumpe en el canto del Magnificat. Juan Pablo II nos enseñó que: “María, acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender (cf. Lc 2, 19), se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cf. Lc 11, 28) y merece el título de «Sede de la Sabiduría». Esta Sabiduría es Jesucristo mismo, el Verbo eterno de Dios, que revela y cumple perfectamente la voluntad del Padre (cf. Hb 10, 5-10)”. María aparece en muchas imágenes como trono o sede de la Sabiduría: Ella sostiene en sus manos o en sus rodillas, a modo de trono, a Jesús Niño, que nos mira y nos bendice.

María es fuente de la Sabiduría, porque nadie como Ella se ha llenado de la sabiduría de su Hijo y la enseña y transmite a quien se le confía: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). La sabiduría humana se adquiere por la reflexión y el estudio. Pero existe otra sabiduría, que brota como don del Espíritu Santo. Es un saber que, como dice Santo Tomás de Aquino, surge de la unión con Dios, de la experiencia y de la intimidad con Él. En el Evangelio vemos que María vive unida al Verbo de una forma única: está compenetrada con Él, habitada por Él, al mismo tiempo que Ella le sirve de refugio y hogar. María es así, a la vez, casa de la Sabiduría.

Una historia. Cuentan que un joven universitario coincidió en el tren con un anciano y que al darse cuenta de que éste iba rezando el rosario le interrumpió para decirle: “¿por qué, en lugar de rezar el rosario, no dedica el tiempo a aprender e instruirse algo más? Yo me ofrezco a enviarle algún libro para que se instruyera...” El señor mayor le dijo: “le agradecería que me enviara el libro a esta dirección”, y le dio su tarjeta, en la que se leía: “Dr. Luis Pasteur, Instituto de Ciencias de París”. La historia no cuenta la cara que se le quedó al joven, pero lo imaginamos. Y es que Pasteur unía en sí la sabiduría humana y la divina, que encontraba en María, casa, fuente, trono y madre de la Sabiduría.

Oración final. Padre Santo, Dios eterno, que quisiste poner el trono real de tu Sabiduría en santa María virgen, ilumina a tu Iglesia con la luz de la Palabra de vida, para que resplandezca con la fuerza de la verdad y alcance gozosa el pleno conocimiento de tu amor.

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