Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de
Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre,
todos nuestros trabajos y descansos (Domingo), alegrías y sufrimientos. Y lo
hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola
continuamente sobre los altares.
Celebramos hoy la Solemnidad de la
Ascensión del Señor a los Cielos. Después de los 40 días transcurridos desde la
Resurrección del Señor de los muertos, como adelanto a lo que un día vendrá
sobre cada uno de nosotros, el Señor manifestando su divinidad y su poder,
asciende a la diestra del Padre. Ascensión definitiva, sus discípulos lo sabían
y, según nos indica Lucas, se postran de rodillas ante tal poder y majestad.
Cristo, de una forma muy especial, había
querido consagrar esos 40 días para estar con sus discípulos y afianzarles. Es
verdad que se manifestó a muchos otros tras su resurrección pero fue
especialmente a los más cercanos suyos, los discípulos, a los que quiso dedicar
estos últimos días en la tierra. Y finalmente les da esta instrucción: “Yo os
enviaré lo que mi Padre prometido”. Dios no nos deja solos. Cristo asciende a
la Gloria del Padre pero nos enviará su Espíritu que nos hace reconocer a Dios
como padre misericordioso.
Es San Lucas el evangelista que más
detalles nos da de la Ascensión, tanto en el evangelio como en el libro de los
Hechos. El lugar de la Ascensión, los preámbulos, las últimas instrucciones, la
reacción de los discípulos, el anuncio de su segunda venida. Esta Ascensión del
Señor es el último signo de su poder, de su divinidad. No podía ser de otra
manera. Cristo glorioso es ascendido a la derecha del Padre. Lo exigía su
estado de resucitado. Y como nos dirá la liturgia, este Señor que asciende
glorioso es imagen de lo que un día será también nuestra victoria. Él nos ha
precedido como cabeza y nosotros esperamos también algún día ir al Cielo como
miembros de su cuerpo. Efectivamente hoy es un día de alegría. Recuerdo en una
ocasión, ya cercana la Navidad que mi director espiritual me comentaba que en
las fiestas de la Navidad no hay motivo para estar triste, nada nos puede
quitar la alegría ante la venida de un Dios que viene a salvarnos. Igualmente
me parece que, en esta Solemnidad de la Ascensión a los cielos, nada nos
debería quitar la alegría de sabernos que, algún día también nosotros, iremos
al reino de su Padre. Esta es la auténtica alegría para un cristiano, sabernos
que un día estaremos con El. Como nos dice Jesús también en San Lucas, estad
alegres porque vuestros nombres están escritos en los cielos. Nada hay que
llene más de alegría el corazón que la fe en la esperanza de que algún día
compartiremos su gloria (que la Virgen bendita nos alcance esta esperanza).
Hay unos versos que reflejan el hecho de
la ascensión como el rescate del hombre a la vida gloriosa:
Y ahora te vas, oh vencedor, llagadode tanta luz por el ardiente cielo.Convertida la carne en puro vuelosubes, Señor, hacia el total Reinado.Regresa el alma a su primer deseoy te llevas la carne rescatadaigual que el capitán lleva la espadadel vencido enemigo por trofeo.
El Señor nos deja pero nos envía su Espíritu. Que esta
fiesta de la Ascensión nos haga vivir en la esperanza de que un día viviremos
junto a Él en su gloria.