Celebramos hoy la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, introducida hace algunos años en el calendario litúrgico propio de España a instancias del Siervo de Dios José María García Lahiguera. La primera vez que se celebró esta fiesta fue 6 de junio de 1974, jueves posterior a Pentecostés. Es un día para hablar del sacerdocio y pedir por todos los sacerdotes de la Iglesia Católica. El Siervo de Dios al que nos hemos referido fundó una Congregación de religiosas contemplativas (Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote) que tienen como fin ofrecer sus vidas por la santidad de los sacerdotes, y rezar también por los seminaristas.
PRIMERA LECTURA: Este Hombre Dios, el Siervo de Yavé, que, "desfigurado no parecía hombre, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, considerado leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes, como cordero llevado al matadero", inicia la redención de los hombres, sus hermanos. Él es la Cabeza, a la cual quiere unir a todos los hombres, que convertidos en sacerdotes, darán gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu, e incorporados a la Cabeza, serán corredentores con Él de toda la humanidad. El Padre lo ha constituido Pontífice de la Alianza Nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinando, en su designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio. Para eso, antes de morir, escoge a unos hombres para que, en virtud del sacerdocio ministerial, bauticen, proclamen su palabra, perdonen los pecados y renueven su propio sacrificio, para beneficio y en servicio de sus hermanos. Nos ayuda orar el Prefacio de la Misa:
"Él no sólo ha conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, ha elegido a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión. Ellos renuevan en su nombre el sacrificio de la redención, y preparan a sus hijos el banquete pascual, donde el pueblo santo se reúne en su amor, se alimenta con su palabra y se fortalece con sus sacramentos. Sus sacerdotes, al entregar su vida por él y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y así dan testimonio constante de fidelidad y amor"
SALMO: Por medio de su Hijo Jesús, el Padre Dios nos ha sacado de la profundidad de nuestros pecados, ha puesto nuestros pies sobre roca firme y ha consolidado nuestros pasos para que demos testimonio de lo misericordioso que ha sido para con nosotros. Y el Señor quiere que le entonemos un cántico nuevo, el cántico de la fidelidad a su voluntad. Junto con Cristo hemos de estar dispuestos a hacer la voluntad de nuestro Padre Dios en todo. Proclamar el Evangelio nos lleva a anunciarlo, pero también a dar testimonio de él, pues no podemos anunciar el Evangelio sólo con los labios, sino que hay que ser en todo coherentes en nuestra vida. Junto con el testimonio sabemos que no podemos eludir nuestra cruz de cada día, y después de la cruz siempre estará la gloria, siempre estará Dios como Padre lleno de amor, de ternura y de misericordia para con nosotros. Él nos espera para recibirnos. La acción sacerdotal de la Iglesia, por tanto, consistirá en seguir el mismo camino de amor y de fidelidad de su Señor.
EVANGELIO: La Pascua antigua ha quedado atrás y no volverá a celebrarse sino en la Pascua de Cristo, en el Reino de Dios, que ya se ha iniciado entre nosotros. Celebrar nosotros el Memorial de la Pascua de Cristo no es sólo un contemplar a Cristo bajo una nueva presencia. Él está con nosotros en la Eucaristía para que nos encontremos real y personalmente con Él al paso de la historia. Su presencia en la Eucaristía es una presencia real con toda su fuerza salvadora. La Eucaristía será el instrumento que permitirá a Jesús consolarnos “en todo lugar y en todo momento”. Él había hablado de mandarnos “otro” consolador, “otro” defensor. Habla de “otro”, porque Él mismo —Jesús-Eucaristía— es nuestro primer consolador.
Participar de la Eucaristía nos hace entrar en la nueva alianza inaugurada por Jesús, en que, unidos a Él, somos hechos hijos de Dios y el Padre Dios nos contempla con el mismo amor con que contempla a su Hijo unigénito.
Pidamos a Dios por la santidad de los sacerdotes. La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes santos, que sepan sacar de la riqueza del Evangelio las respuestas a los interrogantes del hombre de hoy: a la oscuridad de la duda, han de responder con la luz de la fe, extraída de la propia intimidad con Jesús; a la debilidad de la condición humana, con la fortaleza de los sacramentos; a la tristeza de la soledad, con la alegría de la reconciliación con el Padre.
“Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha dado ni a los ángeles ni a los arcángeles… Dios sanciona allá arriba todo lo que los sacerdotes hagan aquí abajo” (San Juan Crisóstomo). Grande es la dignidad del sacerdote, y también inmensa su responsabilidad.
En un mundo como el nuestro, tan expuesto a tentaciones que apartan al hombre del misterio de Dios, el sacerdote, como buen pastor, tiene que ser transparencia del rostro misericordioso de Jesús, el único que salva; tiene que enseñar a los hombres que Dios los ama infinitamente y siempre los espera; tiene que reflejar los sentimientos del mismo Cristo dando siempre testimonio de una inmensa caridad pastoral (Juan Pablo II, Homilía 12.VI.93).