Lectura del libro del Eclesiástico (17,
20-28)
A los que se arrepienten Dios los deja volver y reanima a los que pierden
la paciencia. Vuelve al Señor, abandona el pecado, suplica en su presencia y
disminuye tus faltas; retorna al Altísimo, aléjate de la injusticia y detesta
de corazón la idolatría. En el Abismo, ¿quién alaba al Señor, como los vivos,
que le dan gracias? El muerto, como si no existiera, deja de alabarlo, el que
está vivo y sano alaba al Señor. ¡Qué grande es la misericordia del Señor, y su
perdón para los que vuelven a él!
Salmo responsorial
(Sal 31, 1-2. 5. 6. 7)
R. Alegraos,
justos, y gozad con el Señor.
Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su
pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. R.
Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse:
«Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R.
Por eso, que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará. R.
Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de
liberación. R.
Lectura del
santo evangelio según san Marcos (10, 17-27)
En aquel tiempo, cuando salta Jesús al camino, se le acercó uno corriendo,
se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida
eterna?» Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más
que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no
robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu
madre.» Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.» Jesús se
le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que
tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego
sígueme.» A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era
muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va
a ser a los ricos entrar en el reino de Dios! » Los discípulos se extrañaron de
estas palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de
Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello
pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.» Ellos
se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?» Jesús se les
quedó mirando y les dijo. «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo
puede todo.»