La súplica que más me puede ayudar para acercarme al Señor
e intimar con él, en su
íntima presencia, es en el versículo del Salmo 15 que seguramente conocemos.
Hoy nos lo propone la Liturgia, y repetimos a veces ante cualquier necesidad.
“Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”
¿Lo has pensado alguna vez? Esta súplica tan personal no se puede de dar sino hay intimidad. Si Jesús, no es el
centro de mi vida. Todo este deseo está manifestado entre estos dos pronombres personales, Él y yo. Es un
diálogo, franco y claro, sin intermediarios ni intérpretes. De tú a tú. Entre
Jesús y yo.
El evangelio de
san Juan que hoy nos propone la Iglesia también nos marca el camino para llegar
a intimar con el Señor.
Nos habla de unidad, de conocimiento, de amor o
seguimiento.
UNIDAD.
Parece que Jesús es este texto de san Juan está muy
preocupado por la falta de unidad. Repite varias veces su deseo más vivo: “para
que todos SEAN UNO, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean
en nosotros, PARA QUE EL MUNDO CREA que tú me has enviado”. La falta de
unidad; en mi vida interior, con mi familia, con las personas cercanas, en el contexto laboral, en el ámbito
eclesial, es un contra - testimonio. La unidad es la condición necesaria para
que el mundo crea en el amor de Dios Padre. De lo contrario todos nos
sentiremos huérfanos; desunidos, ignorantes, sin poder amar y sentirnos amados.
CONOCIMIENTO
Si no hay conocimiento es imposible buscar y vivir en
unidad. Pero para conocer hay que salir de sí y contemplar la mano de Dios en todos los
acontecimientos que me suceden a lo largo del día. Hoy me ha llegado un correo
de un amigo que me comunicaba la muerte de su padre. Siento no poder asistir al
funeral y entierro. Está lejos y
tengo compromisos
laborales. Pero si no hubiera tenido este detalle de comunicármelo,
difícilmente le podría contestar y
acercarme a él para
mantener la unidad y el afecto que
supone el poder contar con un amigo.
AMAR
“…Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre,
para que el AMOR que me tenías esté
con ellos, como yo también estoy con ellos”. Este texto nos habla del amor pleno. Del a mor entre Dios Padre
y Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El amor trinitario es algo que no conoceremos
hasta que lleguemos al cielo. Hasta que vivamos la identificación total con Cristo.
Con el bautismo y los demás sacramentos ya podemos vivir esta identificación
con Jesús ya en esta vida. No hay que esperar a la muerte, al descaso en las manos y en el corazón del
Padre.
Terminamos la oración junto a María en el Cenáculo, esperando
al Espíritu Santo.
“Padre que estás en
los cielos; tú enviaste el
Espíritu Santo a los primeros cristianos mientras oraban, unánimes con María,
madre de Jesús, en el cenáculo de Jerusalén. Concédenos, soledad, sencillez,
silencio de corazón, para recibir luz, fuerza y amor, el mismo espíritu santo
que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.”