Hoy nos presenta la lectura a S. Pablo con la paz, valentía y serenidad del que ha sufrido mucho por un gran amor.
No teme a sus verdugos y deja que la PALABRA de salvación recibida, fluya hacia otros (no contrista al Espíritu).
Evangelio
Observamos a las claras la condición humana de no estar satisfecho con lo que tengo, soy o me reparten (siempre mirando al otro y diciendo ¿y éste qué?).
Jesús, sin embargo, lleva a Pedro hacia aquello que es clave: ¡TU, SIGUEME!
También observamos la infinita paciencia del Señor con nuestra miseria…
Víspera de Pentecostés
Es preciso prepararnos para la venida del Espíritu Santo como los Apóstoles; cerca de María y cerca de nuestras negaciones, apatías, pecados, faltas de fe, caridad y desesperanzas.
Quiero decir, con la memoria reciente de lo que somos; de ésta forma el vacío es más evidente; de ésta manera el que es todo luz puede llenarnos y cambiarnos.
Sin embargo, a la actitud de soberbia no le hace falta nadie porque se basta asimismo.
Qué lejos está María de esas actitudes nuestras; “Me llamarán dichosa todos los pueblos porque se ha fijado en la humillación de su sierva”.
Si sólo sabemos estar junto a María, Ella como un imán, nos contagiará su atracción.
Ella está magnetizada por lo Divino; el Espíritu Santo que fecundó sus entrañas, tenía asimismo invadida su alma. Por eso es necesaria la presencia de María en aquel grupo humano pobrísimo. Ella sí que era digna del desbordamiento del Amor en los corazones; ese desbordarse en fuego, viento, don de palabra.
El más miserable (si lo reconoce, acepta y ofrece) se hace así digno vaso de elección para el Espíritu, pero estando María cerquita (orante sin cesar, sin desconfiar, humilde).
La luz de María entre los pobres de espíritu es resplandor que atrae la mirada del Padre que compadecido, enternecido, se desborda de amor.
Miseria, María, Espíritu, Desbordamiento
¡Qué fácil la oración de hoy!
Queremos abrirnos a ser barridos (por el viento impetuoso del Espíritu) de seguridades, miedos, bloqueos, afecciones desordenadas, seducciones de riquezas, honores y de toda la retahíla de maldades de nuestro corazón.
¡Qué fresca es la brisa de tu oleaje y
Qué tierna la llama que me purifica!
¡Qué luz tan clara, en el alma, que a ti se abre y
Qué suavidad cuando tu irresistible mano guía!
Apiádate de mi condición
Y mira, mira que hijo soy de tu esclava
¡Rompe ya mis cadenas!