Hace tiempo,
visitando un Carmelo, nos contaron las Hermanas que estaban celebrando un año
dedicado a Santa Teresa de un modo muy entrañable entre ellas: cada día en su
rato de recreación, comentaba cada hermana una frase que había espigado de su
lectura de las obras de la Santa Doctora de la Iglesia, y así todas se
enriquecían. Ahora, la tenemos muy presente en este inicio del V centenario de
su nacimiento, un motivo de gran gozo para toda la Iglesia universal.
Para la
oración de este día, la propuesta es meditar alguna de las expresiones que
salieron de la pluma de Santa Teresa, cuyo recio castellano es una joya de
nuestra literatura al servicio de la oración, de ese tratar a solas con Dios
como un amigo, como ella decía.
“Miren lo que
ha hecho conmigo, que primero me cansé de ofenderle que su Majestad dejó de
perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias; no nos
cansemos nosotros de recibir. Sea bendito para siempre. Amén y alábenle todas
las cosas”. Esta es la experiencia que desconcierta a Teresa de Jesús: que Dios le
“castigaba” por sus mediocridades concediéndole cada vez más misericordias
hasta que no le quedó más remedio que entregarse de verdad a agradar a Dios. El
pulso lo ganó el Señor a fuerza de amor. Por eso decimos en el salmo de hoy:
¡Cantaré eternamente las misericordias del Señor!
“Lo que yo he
entendido es que todo este cimiento de la oración va fundado en humildad y que
mientras más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios. No me acuerdo
haberme hecho merced muy señalada que no sea estando desecha de verme tan
ruin”. Santa
Teresa recibió todos los bienes de su vida a través de la oración, pero siempre
se humillaba y empequeñecía ante Dios, como el publicano en el templo que no se
atrevía a levantar los ojos a Dios diciendo “¡ten compasión de este pecador!”.
Muchas veces se imaginaba al comulgar que era la Magdalena que se echaba a los
pies de Jesús con sus lágrimas y perfumes. Y Jesús le mostraba los secretos de
su Corazón.
“Sabe él que
todo el remedio de un alma está en tratar con amigos de Dios”. La Doctora de la oración mística no se
fiaba de sí misma, sino que buscaba consejo sobre la oración en amigos de Dios
que fuesen letrados. Esto la hizo andar segura por la vía de la humildad
dejándose guiar y contando siempre a su confesor cuanto experimentaba para no
dejarse engañar por el diablo que todo lo enreda (el “él” de la frase se
refiere al demonio siempre mentiroso).
“Con tan buen
amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer,
todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo; nunca falta, es amigo verdadero”. Amigo que no falla: es toda la ciencia
de Teresa sobre Jesús. Su solución para todo era traer junto a sí la humanidad
sacratísima del Señor, entrar en un diálogo de amigos con Él, encontrar
fortaleza para las pruebas viendo cómo se fatigó por nosotros…
“Pues quiero
concluir con esto: que siempre que se piense en Cristo, nos acordemos del amor
con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal
prenda de que nos tiene; que amor saca amor… Porque si una vez nos hace el
Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha todo fácil y
obraremos muy en breve y muy sin trabajo”. Aquí tocamos el corazón de la experiencia
teresiana y de la misma vida cristiana: sólo si descubrimos el inmenso amor que
Dios nos tiene se pondrá en marcha nuestra voluntad hacia la meta de la
santidad. Pidamos por ello que se nos imprima en el corazón el amor de Cristo,
que nos invita a descansar en su Corazón: “Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré”.