“Voy a cantar en nombre de mi amigo un
canto de amor a su viña” (Is 55,7)
Dios, a través de las palabras de Isaías
nos quiere recordar cuanto hizo por Israel, la viña elegida y querida. No obstante,
sus palabras pueden ser aplicadas a cada uno de nosotros. Sí, con cada uno de
nosotros Dios ha repetido la historia y puede entonar también ese canto de amor
dolido. Él se ha volcado en nuestra vida, nos ha mimado a lo largo de los años.
Se ha desvivido con la solicitud con que un campesino cuida a su viña. Y al
cabo de tanto tiempo y de tanto amor, Dios ha esperado nuestra respuesta con la
misma ilusión con que el labrador espera los frutos de su viña.
“... esperó justicia, y ahí tenéis:
lamentos” (Is 55,7)
Desilusión amarga. Como tú y como yo;
hemos pagado con indiferencia la ternura infinita del Señor. Y en lugar de
frutos de santidad, hemos dado hojas y ramas secas.
Las palabras de Dios brotan doloridas,
son un triste lamento que suena con la violencia de un gran amor burlado...
Digámosle en nuestra oración: “Espera
un poco más, Señor. Ya no queremos separarnos de ti. Deseamos responder con
amor a tu infinito amor. Ya estamos arrepentidos. Espera un poco más. Y tu amor
realizará el milagro de cambiar los pámpanos verdes y agrios en apretados
racimos de uva dorada y dulce”.
“Sacaste, Señor, una vid de Egipto,
expulsaste a los gentiles y la trasplantaste” (Sal 79,9)
Entrado ya el otoño, cuando todavía en
algunos lugares se vendimian las viñas, la Liturgia nos trae el recuerdo de
este salmo que habla de una vid trasplantada por Dios, cultivada con esmero y
sacrificios, pero ingrata a los cuidados divinos, pues en lugar de uvas dio
agrazones.
Así actuó Yahvé con su pueblo y así
actúa el Señor con cada uno de nosotros. Nos elige entre otros mejores que
nosotros, nos da a manos llenas la vida, la natural y la sobrenatural, se nos
da a sí mismo en la Eucaristía. Bien puede decirnos el Señor, con acentos de
honda queja: ¿Qué más cabía hacer?
Vamos a volver nuestros ojos hacia el
Dios del perdón. Digamos humildemente, con el salmista: "Dios de los
ejércitos, vuélvete; mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la
cepa que tu diestra plantó, y que tú la hiciste vigorosa. No nos alejaremos de
ti, danos vida para que invoquemos tu nombre. Señor, Dios de los ejércitos,
restáuranos, que brille tu rostro y nos salve".
“Y la paz de Dios que sobrepasa todo
juicio, custodiará vuestros corazones” (Flp 4,7)
Nada os preocupe, nos dice hoy Dios a través
de san Pablo. Y cuando realmente hay motivos para preocuparse, no hay más que
recurrir al Señor, seguros de que Él nos solucionará de la mejor forma nuestros
problemas, persuadidos de que incluso cuando parece que nada se soluciona, en
realidad esa misma ausencia de solución es la auténtica solución. Por tanto, en
todo momento hemos de recurrir a Dios y desechar así toda zozobra
Entonces, sigue el Apóstol, la paz de
Dios que sobrepuja todo cuanto uno puede imaginar custodiará nuestros corazones
de toda pena o congoja. Tengamos muy en cuenta que los deseos del Señor para
nosotros son de paz y no de aflicción.
“Y lo que aprendisteis, recibisteis,
oísteis y visteis en mí, ponedlo por obra” (Phil 4,9)
Y con esta actitud de confianza filial
hay que enfrentarse con el acontecer de cada día, y superar las grandes o
pequeñas dificultades que nos pueden sobrevenir. Para ello, fijarnos en lo que
es verdadero, justo y noble, amable y digno de alabanza, virtuoso y meritorio.
Y al mismo tiempo esforzarnos por poner
en práctica cuanto hemos aprendido de nuestros mayores en la fe, lo que hemos
recibido como un tesoro que hay que custodiar y aumentar con el empeño personal
de cada uno.