El Evangelio de hoy es una insistente
llamada a estar alerta y preparados para el encuentro definitivo con el Señor.
Nuestro amo está de viaje: no le vemos en su figura humana, no nos regaña ni
nos castiga por nuestros fallos, ni nos felicita cuando le agradamos. Es como
si estuviera ausente. Pero si no somos necios, no olvidaremos que algún día
volverá. Le veremos en los signos de la vida cotidiana igual que el
administrador fiel: un hermano será una invitación a amar, nuestro trabajo una
oportunidad de colaborar en el Reino… Incluso sabremos descubrir las prendas
que el Señor se ha dejado en su casa: el Rosario, la confesión, los santuarios.
Más aún, podremos entrar en sus habitaciones: las capillas que albergan un
Sagrario. Nosotros tenemos más que el administrador fiel, tenemos la misma
presencia del Señor. Pero necesitamos tener su misma mirada sagaz que nos
muestre los signos de que el aparente abandono no es sino una ausencia
temporal.
Nosotros hemos tenido el regalo de saber
lo que el Señor quiere, de haber recibido esa mirada sagaz. Somos como San
Pablo, que en la primera lectura se presenta como “el más insignificante de
todos los santos” al que se le ha concedido una gracia: “anunciar a los
gentiles la riqueza insondable que es Cristo”. Esa es también nuestra misión.
La misión de anunciar el Evangelio a todos aquellos que nunca han oído hablar
de Dios, que nunca han oído hablar bien de Dios. También, como
él, hemos sido investidos, no con nuestra fuerza, sino con la de Dios.
Preguntémonos, ¿soy yo ese administrador fiel y solícito o seré como ese otro
que maltrata a aquellos que Dios ha puesto a su cuidado? ¿Soy como ese buen
pastor que es Cristo que da la vida por sus ovejas? ¿Cómo es mi vida
profesional, familiar, de amistades? ¿Encuentro en ellas los signos de la
presencia de Dios?
Podemos tomar fuerzas de la Palabra de
Dios, mirando a la Eucaristía, cantando con el salmo:
Dad gracias al Señor,invocad su nombre,contad a los pueblos sus hazañas,proclamad que su nombre es excelso,
…y recobrando fuerzas en la memoria de
las hazañas que el Señor ha hecho por nosotros.