25 octubre 2014. Sábado de la XXIX semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Hoy es sábado, y al comienzo de nuestra oración podemos actualizar nuestra fe reflexionando brevemente en la “hora de la fe en María”, esa “hora” que va desde el viernes Santo hasta el domingo de resurrección. Una hora en la que toda la fe la Iglesia se concentra en María, mientras a su alrededor –incluidos los discípulos- es todo oscuridad. ¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor! ¡Envía Tu Espíritu y será una nueva creación!
La primera lectura está tomada de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios, Ef 4,7-16.
“Hermanos: A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo”. Es decir, tomando las palabras del mismo Cristo, una medida colmada, remecida, rebosante… (Lc 6,38). Y podemos detenernos un momento a considerar que si la gracia recibida es tan grande, ¿cómo son los frutos?
Después quedarnos contemplando a Cristo, plenitud de todo, en quien se realiza la verdad por el amor. San Pablo nos dice que “ya no seamos niños sacudidos por las olas  llevados al retortero por todo viento de doctrina, en la trampa de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza”.
En nuestro tiempo se ha devaluado la verdad, se dice que la mentalidad postmoderna no cree en la verdad, solo se cree en “mi verdad” o en tu verdad”. Pero que la carta a los Efesios no se refiere a la verdad como objetividad de las cosas, sino a la verdad que no pasa nunca que es el amor. Quien ama vive en la verdad. Dios es amor y el amor nunca se devalúa.
Os propongo meditar en sintonía con lo anterior en las siguientes palabras de Telhard de Chardin SJ, paleontólogo y enamorado de Cristo: “En mi marcha por la vida pude ver y descubrir que todas las cosas están centradas en un punto, en una persona y esta persona eres tú, Jesús. Jesús, sé para mí el verdadero mundo. Que todo lo que hay en el mundo tenga vuestra influencia sobre mí, se transforme cada vez más en Vos por mi esfuerzo. Es absolutamente necesario que Cristo ocupe mi vida, toda mi vida. Debo tener conciencia de que Cristo crece y se desarrolla en mí, no sólo a base de ascética y sufrimiento, sino a través de todo esfuerzo positivo que yo sea capaz de hacer, con todo lo que me perfeccione naturalmente en mis conquistas humanas. Porque la contribución cristiana al progreso del hombre, no es simplemente una cuestión de impulsar una tarea humana, sino de completar de algún modo a Cristo.
El Evangelio se puede meditar también desde este punto de vista. Cristo es el viñador que con paciencia y laboriosidad, no solo cada año, sino en todo instante nos cuida y acompaña. Y así espera con ilusión la respuesta del hombre en frutos de amor.

Finalmente, mirando a María conocemos a Cristo, conocemos al AMOR. Porque “en Ella vemos el mundo renovado por el amor” (Ecclesia de Eucaristía, 62).

Archivo del blog