Hoy es sábado, y al comienzo de nuestra
oración podemos actualizar nuestra fe reflexionando brevemente en la “hora de
la fe en María”, esa “hora” que va desde el viernes Santo hasta el domingo de
resurrección. Una hora en la que toda la fe la Iglesia se concentra en María,
mientras a su alrededor –incluidos los discípulos- es todo oscuridad. ¡Ven, Espíritu
Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu
amor! ¡Envía Tu Espíritu y será una nueva creación!
La primera lectura está tomada de la
carta del apóstol San Pablo a los Efesios, Ef 4,7-16.
“Hermanos: A cada uno de nosotros se le
ha dado la gracia según la medida del don de Cristo”. Es decir, tomando las palabras del mismo Cristo, una medida
colmada, remecida, rebosante… (Lc 6,38). Y podemos detenernos un momento a
considerar que si la gracia recibida es tan grande, ¿cómo son los frutos?
Después quedarnos contemplando a Cristo,
plenitud de todo, en quien se realiza la verdad por el amor. San Pablo nos dice
que “ya no seamos niños sacudidos por las olas llevados al
retortero por todo viento de doctrina, en la trampa de los hombres, que con
astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor,
hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza”.
En nuestro tiempo se ha devaluado la
verdad, se dice que la mentalidad postmoderna no cree en la verdad, solo se
cree en “mi verdad” o en tu verdad”. Pero que la carta a los Efesios no se
refiere a la verdad como objetividad de las cosas, sino a la verdad que no pasa
nunca que es el amor. Quien ama vive en la verdad. Dios es amor y el
amor nunca se devalúa.
Os propongo meditar en sintonía con lo
anterior en las siguientes palabras de Telhard de Chardin SJ, paleontólogo y
enamorado de Cristo: “En mi marcha por la vida pude ver y descubrir que
todas las cosas están centradas en un punto, en una persona y esta persona eres
tú, Jesús. Jesús, sé para mí el verdadero mundo. Que todo lo que hay en el
mundo tenga vuestra influencia sobre mí, se transforme cada vez más en Vos por
mi esfuerzo. Es absolutamente necesario que Cristo ocupe mi vida, toda mi vida.
Debo tener conciencia de que Cristo crece y se desarrolla en mí, no sólo a base
de ascética y sufrimiento, sino a través de todo esfuerzo positivo que yo sea
capaz de hacer, con todo lo que me perfeccione naturalmente en mis conquistas
humanas. Porque la contribución cristiana al progreso del hombre, no es
simplemente una cuestión de impulsar una tarea humana, sino de completar de
algún modo a Cristo.
El Evangelio se puede meditar también
desde este punto de vista. Cristo es el viñador que con paciencia y
laboriosidad, no solo cada año, sino en todo instante nos cuida y acompaña. Y
así espera con ilusión la respuesta del hombre en frutos de amor.
Finalmente, mirando a María conocemos a
Cristo, conocemos al AMOR. Porque “en Ella vemos el mundo renovado por el
amor” (Ecclesia de Eucaristía, 62).