Dicen que la mayor
parte de los dogmas de la Iglesia han sido declarados tras la aparición de una
herejía. De tal modo parece que es así, que la doctrina de la Iglesia se ha ido
configurando a lo largo de los siglos como consecuencia de una u otra herejía
que ponía en duda, o negaba directamente, alguna parte esencial del evangelio o
de la figura de Jesucristo. Es entonces cuando la Iglesia se veía obligada a
revisar sus planteamientos, a estudiar más a fondo la Palabra revelada, y a
explicitarla dejando expuesta de manera clara y precisa la verdad sobre el
Evangelio o sobre la persona de Jesús. Gracias a este tipo de conflictos, las
herejías, podemos decir que la Iglesia ha ido definiendo sus dogmas, y lo que
parecía ser un capítulo negativo y oscuro en su historia acababa siendo fuente
de luz y de verdad.
Algo parecido
observamos que pasa en el Evangelio de hoy. Los fariseos y los herodianos en
clara confrontación con la doctrina que expone Jesús, le plantean un conflicto
de difícil resolución con la intención, no de conocer la verdad, sino de
meterle en un callejón sin salida y dejarle en evidencia. Y, como suele ser
frecuente en la vida de Fe, de lo inicialmente malo el Señor saca algo bueno.
Dios de los males saca bienes, dice la sabiduría popular. Es así cómo de la mala
voluntad de sus enemigos Jesús es capaz de hacer brillar la luz de la verdad.
Con la conocida sentencia:
«Pues pagadle
al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» el Señor establece el
punto de equilibrio entre lo humano y lo divino, entre nuestras obligaciones
con el mundo y nuestras obligaciones con Dios.
A menudo nos
ocurrirá algo parecido en nuestra vida, cuando surjan conflictos no buscados
que acaban siendo fuente de luz y de verdad. Situaciones enquistadas, larvadas
o no resueltas que revientan y salen a la luz. Apegos inconscientes a cosas o
personas y que cuando nos faltan nos muestran la realidad de nuestro corazón.
Vidas desencajas que al enfrentarse con la náusea y el vacío acaban en un
proceso de conversión.
Todo esto es
posible sí ante los acontecimientos adversos sabemos buscar al Señor,
preguntándonos no tanto el “por qué me pasa esto” como el “para qué me pasa
esto”. Así seremos capaces de sacar de los males bienes y renacer a la alegría
después de cada conflicto. Es lo que proclama el lema del día de hoy, el
domingo del DOMUND: “renace la alegría”.