Comenzamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
Hoy la lectura del Evangelio nos recuerda el hecho de que los cristianos no podemos vivir la vida de manera pasiva, dejándola correr como si sobre los acontecimientos que se suceden en nuestra sociedad no tuviésemos ninguna responsabilidad y como si no nos importase la vida de nuestros coetáneos. El cristiano tiene que tener presencia en todos los estamentos de la sociedad, de manera activa fermentando la masa, que es la misma. No podemos estar esperando a que el Señor llegue, como nos dice el Evangelio, sin más, sin actuar. Debemos estar con la “cintura ceñida” y activos en acción para llegar y fermentar cada uno nuestro ámbito. Pero para llevar a cabo la acción de fermentar debemos velar. ¿Qué significa esto? El que vela, el que espera, tiene un fin y un porqué velar. Nuestro fin es Jesucristo y velamos mediante la oración y la contemplación. Mediante la vela conocemos a nuestro Señor y caemos en la cuenta lo mucho que Él nos ama y nos ha amado primero sin nosotros merecerlo. Entonces no es posible no enamorarse de Jesús. Y porque Él nos ama, estamos en alerta con la “cintura ceñida” para fermentar por su Amor la sociedad. De esa manera, por su Amor, en la sociedad transformará el odio, como nos dice San Pablo en la primera lectura, en fraternidad, haciéndonos a todos una sola familia donde ya no haya ni forasteros ni extranjeros, ni ricos ni pobres, ni poderosos ni débiles, sólo la familia de los hijos de Dios.
Pedimos, por intercesión de nuestra Madre, que el Señor nos dé la audacia y fortaleza para permanecer firmes como levadura, transformado nuestros ambientes al amor de Dios.